La muerte el pasado 14 de mayo del escritor y periodista Tom Wolfe ((Richmond, 1930 – Nova York, 2018) me creó la mala conciencia de no haber leído nada de un hombre que renovó el periodismo incorporando técnicas literarias, y que con La hoguera de las vanidades, su primera novela, obtuvo un éxito extraordinario. Y posiblemente fue esto, el gran éxito que obtuvo la novela, su condición de best-seller, lo que en su momento me la hizo mirar con desconfianza y la ignorase para dedicarme a otras lecturas. Pero me equivoqué.
Pocos días después de la muerte de Tom Wolfe fui a Mallorca con una novela en la maleta que abandoné en la página 155 al comprobar que, salvo el arranque, no me despertaba ninguna curiosidad. La historia había derivado a una monótona presentación de personajes, todos miembros de una misma familia, tantos, que, a un tercio del relato, ya no sabía quién era quién. (Seguramente, consciente de esto, el autor, o quizás el editor, sitúa un árbol genealógico al inicio del libro). Total, que me quedé sin lectura y con toda una semana lluviosa por delante. Y empecé a revolver la biblioteca de Isabel buscando algo que me tentara. Entonces me topé con La hoguera de las vanidades. Y pensé que había llegado el momento de leerla o, al menos, intentarlo.
Desde las primeras páginas me di cuenta de que el prejuicio con el que había recibido la novela treinta años atrás había sido un grave error —como suelen ser todos los prejuicios— y que Tom Wolfe no era un simple escritor de best-sellers, sino un buen escritor que había tenido el acierto de escribir una novela capaz de satisfacer al gran público, a la crítica y a los que tenemos prejuicios estúpidos. Porque así es como me sentí durante la apasionante lectura de la novela, como un estúpido que, llevado por un juicio de valor sin fundamento, se había perdido el placer de descubrir una obra excelente cuando tocaba. Y es que La hoguera de las vanidades es una novela que conjuga magistralmente el retrato social, la sátira y la intriga, y todo expuesto de una forma directa y detallada, con una prosa rica y precisa, colorida y llena de vigor. Una representación implacable de la sociedad neoyorquina de los años ochenta del siglo pasado. Sin duda, una obra maestra de la novelística contemporánea. ¡Ah, que tonto, que tonto fui! Y en un intento de pedir excusas póstumas al señor Wolfe y de remediar mi error pasado, terminado el libro, me puse a buscar qué más podía leerle.
La obra de Tom Wolfe se compone de una docena de ensayos en los que reflexiona sobre la sociedad de su momento y el periodismo, y cuatro novelas, todas traducidas al castellano: La hoguera de las vanidades (The Bonfaire of de Vanities, 1987), Todo un hombre (A man in Full, 1998), Soy Charlotte Simmons (I Am Charlotte Simmons, 2004) y Bloody Miami (Back to Blood, 2009). También sus ensayos pueden leerse en castellano salvo el último —The Kingdom of Speech, 2016—. De momento, ya tengo Soy Charlotte Simmons en casa, y si no fuese porque pasado mañana me voy a Noruega y, luego, a Mallorca, ya habría pedido las otras tres novelas, incluida La hoguera de las vanidades, leída, pero que tengo que devolver.
En el año 1989, Brian de Palma dirigió la adaptación cinematográfica de La hoguera de las vanidades. La película, interpretada por Tom Hanks, Bruce Willis y Melanie Griffith en los papeles principales, se estrenó al año siguiente, pero no obtuvo el éxito de la novela. Entonces tampoco la vi. Trataré de encontrarla; siento curiosidad por ver cómo ha sido adaptada.