En un intervalo de pocos días Shakespeare ha entrado dos veces en mi vida. La primera a través del montaje teatral Amor & Shakespeare, que se representa en el Poliorama; la segunda con la película Campanadas a medianoche, de Orson Welles, que el martes pasado emitió la 2 en el programa Historia de nuestro cine. Por cierto, un programa que nos ha obsequiado con verdaderos esperpentos cinematográficos, sacados de las catacumbas de la Filmoteca Nacional.
Amor & Shakespeare reúne en un mismo espacio escénico a ocho parejas de enamorados shakespearianas: Proteus/Julia y Valentín/Silvia, de Los dos hidalgos de Verona; Benedicto/Beatriz y Claudio/Hero, de Mucho ruido y pocas nueces; y los cuatro caballeros ―Fernando, rey de Navarra, Berowne, Longaville i Dumaine― y las cuatro damas ―Princesa de Francia, Rosalina, María y Caterina―, de Penas por amor perdidas. Las distintas tramas, hábilmente intercaladas, son introducidas por el clásico personaje del bufón, tan frecuente en las obras de Shakespeare. El buen trabajo de Guillem Jordi-Graells (dramaturgia), Josep Maria Mestres (director) y Joan Sellent (traductor) se ve correspondido por una buena interpretación de Ariadna Gil, Mercè Pons, Rosa Renom y Sílvia Bel, en los papeles femeninos, y Aleix Albareda, Àlex Casanovas, Joel Joan y Jordi Boixaderas, en los masculinos. Excelente Laura Aubert en el papel de bufón. Un montaje inteligente y divertido, que nos ofrece la vis cómica de Shakespeare.
Campanadas a medianoche (Falstaff. Chimes at midnight, 1965) gira alrededor de la figura de Falstaff, que aparece en tres obras de Shakespeare ―Enrique IV, Enrique V y Las alegres comadres de Windsor. Orson Welles escribió el guion e interpretó el papel de Falstaff seducido por el personaje, que consideraba el mejor de los que había creado el dramaturgo inglés. Cobarde, fanfarrón, alegre y mujeriego, el ya viejo y gordo Falstaff es el amigo de juerga de Hal, heredero de Enrique IV, llegado al trono de Inglaterra con malas artes. Los nobles opositores al rey se levantan y preparan un ejército mientras Hal se divierte con Falstaff. Este comportamiento desespera a su padre, que cae enfermo. Hal va a verlo al palacio y se compromete a cambiar. La batalla que enfrenta las tropas reales con las de los opositores se resuelve a favor de Enrique IV, que justo fallece tras la victoria. Al ser nombrado rey, Hal rechaza a su antiguo amigo y lo destierra. Falstaff muere de pena y decepción.
La película, rodada en España con muy bajo presupuesto, cuenta con una fotografía en blanco y negro excelente de Edmond Richard, con las sólidas interpretaciones de Orson Welles y de John Gielgud en el papel de Enrique IV, y con una realización magnífica, en la que los primeros planos y el montaje crean un ritmo ágil, casi vertiginoso en algunos momentos, en una película que descansa sobre el diálogo. La secuencia de la batalla tiene una resolución en cuanto a lenguaje cinematográfico magistral, que ha servido de modelo a posteriores escenas similares. No obstante reconozco que la película puede resultar pesada para quien no sienta fascinación por Shakespeare y vea el cine como un simple entretenimiento.
Yo, cada vez que escucho la voz de Shakespeare en condiciones ―buenos actores, buenas traducciones, buenas adaptaciones― me siento confortado y me embarga una agradable sensación de plenitud. La fuerza de las palabras, el ingenio, el ritmo de la frase, las imágenes evocadas, todo me conduce a una especie de éxtasis emocional e intelectual que hace que me olvide de la vileza que nos rodea, de la estupidez de una especie empeñada en destruirse, del inquilino del piso de la calle de Sants que hace tres meses que no me paga, y siento una gratitud inmensa por el hombre que escribió Hamlet, por mis padres y maestros que me han dado educación, por las mujeres que me han ayudado a madurar a base de disgustos y por los amigos, compañeros y conocidos que me han acompañado y me acompañan en esta experiencia vital que puede llegar a ser tan grata.
(Imagenes bajadas de Internet)