Sierra de Guara

2. De Vadiello a Matapaños por San Chinés y los Mallos de Aliana

Dejamos Bierge a las 8 h con todo el equipaje en el coche y nos situamos en la zona de aparcamiento de la fuente de Vadiello (706 m), de donde parte nuestro recorrido de hoy. Como ayer, el día es claro y hará calor. La gente de aquí se lamenta de que no llueve y los bojes también; el tono amarillento de parte de sus hojas muestran la sed que pasan.

Empezamos a caminar a las 9,15 h por un bosque de pinos de repoblación que nos oculta las impresionantes paredes de conglomerado de los Mallos de Ligüerri. El sendero sinuoso que seguimos nos acerca a ellas de vez en cuando y entonces distinguimos entre el ramaje la roca rojiza y con cantos que se eleva casi vertical entre 400 y 500 m por encima nuestro. Giramos una y otra vez por hondonadas que se van estrechando hasta que el sendero nos sitúa ante una pared de roca y no parece seguir. Una cueva tapiada con bloques de piedra tallada es la ermita troglodítica de San Chinés. Parece un corral; solo un ábside a penar insinuado nos remite a su uso religioso tiempo atrás.

“¿Por dónde tenemos que ir?”, pregunto a Nacho. Él ha trazado el itinerario sobre el mapa de la Alpina. “No lo sé muy bien. Supongo que por allí.” Y me señala una pared de 400 m con una inclinación que debe de estar entre los 50° y los 60°. Solo mirarla, empiezo a sudar. No hay sendero visible, simplemente una masa de piedra, con arbustos y matojos aquí y allá, que se alza ante nosotros. Parece una ascensión más propia de escaladores que de caminantes.

Bebemos un poco de agua. Son las 10,30 h y el calor que preveíamos ya está aquí. “Resignación”, me digo. Y procuro no pensar en el riesgo y en el esfuerzo que tendré que hacer en la próxima hora y media.

Pegados a la pared de roca descendemos al fondo del barranco, lo cruzamos y, siguiendo unos hitos, empezamos a subir. La inclinación se va acentuando a medida que ascendemos. Por suerte la suela de goma de las botas se agarra bien a la roca rugosa y, si evitamos las zonas más disgregadas, el riesgo de una caída es bajo. Sin embargo, existe; un descuido, un tropezón, un resbalón y no nos detenemos hasta la ermita. De modo que subimos muy despacio, Nacho delante, abriendo camino como responsable de la iniciativa de venir por aquí. Subimos haciendo zigzags más o menos pronunciados, en función del estado de la roca. Hay tramos que es como subir por una escalera empinada con peldaños de 5 cm y sin barandas. Ahora celebro mi perseverancia en ir al gimnasio tres o cuatro veces por semana.  

Lentamente voy quedando atrás; a pesar del gimnasio, los ocho años menos que tienen y la experiencia los hace más ligeros. Yo de vez en cuando me detengo, miro hacia abajo y maldigo a Natxo por la idea diabólica de llevarnos por aquí. Claro que él tampoco lo sabía. A menudo perdemos los hitos y tenemos que improvisar; después, algo más arriba, los encontramos de nuevo. Están muy maltrechos y son poco visibles, y Natxo se entretiene en reconstruir algunos. “Por si algún despistado como nosotros se pierde por aquí”, dice. Entre mí pienso que es una tarea inútil, porque no creo que alguien sea tan cabeza hueca como para querer subir por esta roca del diantre.

Minuto a minuto vencemos la pendiente. Los matorrales que salpican la pared no son un agarradero fiable; están tan poco enraizadas que con un tirón los arrancas. Para la ascensión solo puedo confiar en las piernas, las botas y el bastón. Ah, y en la paciencia. No obstante, estoy hasta el gorro de hacer equilibrios como un funámbulo.

Finalmente, tras muchas dudas sobre dónde ir a parar, si hacia el collado que se insinúa a la derecha o hacia la hondonada que continua hacia arriba por la izquierda, optamos por el camino más corto y nos decantamos a la derecha. Y el calvario se acaba. Nos sentamos en lo alto de la roca, en un lomo estrecho con precipicio a ambos lados, y comemos algo. Delante tenemos la punta Ligüerri (1.241 m); atrás, los Mallos de Aliana (1.226 m). A mí me tiemblan las piernas; no sé si es por el esfuerzo o por el hecho de pensar por donde he tenido que subir. Seguramente por las dos cosas. Por suerte no tenemos que regresar por aquí. Esto, de bajada, debe de ser mortal de necesidad.

Pasadas las 12 h reemprendemos la marcha. Estamos arriba de todo, en medio  de un roquedo de aspecto montserratino, y no encontramos la salida para seguir hacia Matapaños. Todas las trazas de las cabras conducen al abismo. “No puede ser; el plano marca camino”, dice Natxo. Pero aquí, que es la realidad, el camino no está. Por un momento pienso en tener que bajar por donde hemos subido y vuelvo a maldecir. Al fin, y cuando ya empezábamos a desesperar, a Fèlix se le ocurre volver a examinar un paso estrecho entre dos rocas enormes que antes hemos descartado. Y acertamos. Por allí hay salida.

Aliviados, nos descolgamos hasta un pequeño collado con una espléndida vista de la sierra de Gabardiella y el valle del río Guatizalema, represado en Vadiello. Desde aquí, un sendero bien marcado desciende hacia el embalse. La gente normal debe de venir por aquí, pienso. Bueno, al menos tenemos una salida fácil si las cosas se ponen feas ―ya no me fio un pelo de este itinerario. Continuamos por el roquedo, bordeando el precipicio. El sendero del plano ha desaparecido definitivamente y tenemos que abrirnos paso con esfuerzo por entre los bojes y los enebros. Sabemos que al final de la cresta calcárea por la que ascendemos penosamente está el collado Bail, de donde parte la subida al Matapaños, y persistimos. Vuelve a ser un calvario alcanzar la cumbre de la cresta y descolgarnos por un bosque de pinos sucio y en pendiente acusada. En esta ocasión Fèlix ha tomado la delantera y actúa de explorador. Pero Fèlix es una especie de cabra y desconfío de su criterio en la elección del camino a seguir. 

Finalmente llegamos al collado, por donde pasa una pista que desciende a Vadiello. Son la 13,30 h. Llevamos más de 2 h de retraso sobre el horario previsto, y el itinerario no acaba en Matapaños, sino que continúa hacia la ermita de San Martín de Val d’Onsera, el collado de San Salvador, por la Puerta del Cierzo y Los Gurripanes, alcanza los Campos de Ciano y, de allí, desciende a Vadiello. Y sobre el mapa, la bajada de Matapaños a Val d’Onsera presenta un trazado parecido a la subida de Ligüerri: 400 m de puntitos rojos en línea recta sobre unas curvas a nivel sospechosamente juntas. Les sugiero replantearnos el itinerario. Hemos tardado más de 4 h en llegar hasta aquí y no estamos ni a la mitad del recorrido previsto. Además, luego tenemos que coger el coche y desplazarnos hasta Nocito, lo que significa como mínimo 1,30 h de carretera. Están de acuerdo conmigo. Subiremos a Matapaños y volveremos al collado Bail para emprender el regreso por la pista. Esto me anima un poco y, tras comer unas almendras y beber, atacamos la cumbre, que está a 1.532 m, o sea, 216 m más arriba, todavia.