Sex, Lies and Videotape

El sábado pasado BTV ofreció una película de referencia: Sex, Lies, and Videotape, de Steven Soderbergh. Buscando en mi archivo encontré la hoja informativa que cogí cuando fui a verla. Por eso he sabido que fue en los desaparecidos cines Arcadia, a finales de 1989. Entonces aún trabajaba en el mundo del cine y recuerdo que la película me gustó por su frescor y sencillez y por el poder de fascinación de sus dos protagonistas, interpretados por Andie MacDowell y James Spader.

La trama es simple y tiene un trasfondo de cuento moral. Ann es una joven esposa, bonita e inocente, que vive una vida insulsa junto a su atractivo marido John, un abogado de éxito. Pero en aquella relación, en apariencia perfecta, hay un problema, que Ann intenta solucionar visitando al psiquiatra y John engañándola con la hermana de Ann, Cynthia. Entonces llega Graham, un amigo de la infancia de John, que también tiene un problema, que sabe cuál es y que intenta resolverlo como puede, y una de las maneras es grabando en video a mujeres hablando de sexo. La irrupción de Graham en las vidas de Ann, John y Cinthia, pone las cosas en su sitio. La sinceridad de Graham en reconocer y aceptar su problema enfrenta a Ann y a Cynthia con el suyo, y este enfrentamiento resulta sanador para las dos. Ann deja al marido ―antes descubre que la engaña con la hermana y, también, que está enamorada de Graham―, Cynthia rompe con el cuñado y parece sosegar su vida, y John, el gran mentiroso, recibe todos los palos, incluso quizás lo despidan del trabajo. En la escena final, Ann, que vuelve a trabajar ―John no la dejaba hacerlo―, se reúne con Graham y ambos parecen otear juntos un nuevo horizonte de felicidad.

Contada así, la película quizás no despierte excesivo interés. Es la frescura de las imágenes, la actitud entre seria, confundida e inocente de Ann en contraste con la sinvergüenza de su marido y su hermana, y la aparición de Graham, encarnado por un angelical James Spader, y sus cintas de video lo que dotan al film de un encanto que incluso llegó a seducir al jurado del Festival de Cannes de 1989, donde obtuvo la Palma de Oro, y James Spader, el premio al mejor actor.

El inesperado éxito en Cannes de Sex, Lies, and Videotape dio a conocer internacionalmente a Steven Soderbergh, el joven cineasta de 27 años que había escrito y dirigido la película. A partir de este momento Soderbergh salió del anonimato y pasó a considerarse uno de los valores más sólidos de un nuevo cine norteamericano junto con Spike Lee. El tiempo ha dado la razón a los que apostaban por él, y su trayectoria está llena de aciertos, algunos más comerciales que otros, pero todos marcados por un sello personal a la hora de trabajar historias e imágenes. Director, guionista, operador de fotografía, montador y productor, Soderbergh es uno de aquellos cineastas totales que viven entregados a la creación y en cuyas manos el cine recupera la condición de sétimo arte.

Seguramente, a los amantes del cine más jóvenes Sex, Lies, and Videotape no les diga nada y les cueste ubicar la figura de Soderbergh a partir de este film. Pero si les digo que es el director de Ocean’s Eleven y la posterior saga de Ocean’s, o de Traffic, por la que en el año 2000 obtuvo el Oscar a la mejor dirección, o de Erin Brockovich, que le valió un Oscar a Julia Roberts, o de la biografía del Che Guevara, que significó la consagración del actor Binicio del Toro en el Festival de Cannes 2008, ya sabrán de quien hablo. Su película más reciente en nuestras pantallas ha sido Efectos secundarios (Side effects, 2013), que se estrenó en abril del año pasado. Y según parece será la última, ya que Soderbergh, disconforme con los criterios puramente económicos de Hollywood a la hora de valorar los proyectos cinematográficos, ha decidido no volver a dirigir más películas. Es una lástima, porque a pesar de algunas concesiones a la taquilla, su cine siempre ha mostrado rigor, atrevimiento y capacidad de sorprender con nuevas propuestas en cuanto a género, tratamiento y realización. 

(Fotos extraídas de Internet)