Reflexiones

A propósito de la guerra de Ucrania

Desde que vivimos el drama de la guerra de Ucrania y la amenaza por parte de Putin de emplear armas nucleares si alguien decide intervenir más allá de lo que él considere lícito, se me han planteado una serie de preguntas relativas a nuestra civilización y a su organización. De entre tantas, elijo tres para reflexionar sobre ellas.

La primera es: ¿de qué sirve la ONU si no puede garantizar la paz y la seguridad en el mundo, que es su razón de ser? Desde hace tiempo, la Organización de las Naciones Unidas asiste impasible a las confrontaciones bélicas que se producen en el planeta con toda la carga de brutalidad y dolor limitándose a condenarlas. Su mecánica y debilidad operativa no le permiten nada más. Ante cualquier resolución intervencionista destinada a poner paz, las grandes potencias mundiales, movidas por intereses directos o indirectos, tienen la potestad de vetarla y permitir que una nueva masacre se produzca en un lugar u otro del planeta. ¿Qué función tiene, entonces, la ONU si no es la pacificación efectiva? ¿Dar trabajo a varios miles de funcionarios y burócratas? ¿No sería más propio de ella dotarla de la capacidad de intervenir en cualquier confrontación armada y sancionar al agresor? En un mundo globalizado como el actual y con la amenaza de una guerra nuclear que nos puede hacer volar por los aires a todos, es más necesaria que nunca una organización mundial capaz de controlar las naciones sometidas a regímenes totalitarios, con líderes megalómanos y expansionistas, incapaces de dominar sus ansias de poder y devorados por la obsesión de reconstruir grandes imperios o hacer de nuevos. Si no construimos una organización fuerte y con capacidad de intervención no tenemos salida. Cualquier líder loco y estúpido, situado en el poder por una población intimidada, puede destruirnos.

La segunda pregunta incide sobre lo mismo y pone de manifiesto la debilidad de la Organización de las Naciones Unidas, la única organización que tenemos de alcance mundial para responder a los conflictos entre naciones que alteren la paz. Y es: ¿cómo una nación cuyo líder amenaza al mundo con una guerra nuclear forma parte del Consejo de Seguridad y tiene derecho a vetar las resoluciones que se tomen sobre su actuación, haciendo posible que su agresión prosiga impunemente? Es como si el zorro que ha entrado en el gallinero tuviese la facultad de prohibir la intervención del campesino y pudiese seguir matando las gallinas hasta que no quedase ni una. ¿No es absurdo esto? La nación que vulnera la integridad territorial y el derecho a la vida de los habitantes de otra nación atacándola con violencia y crueldad debería ser expulsada inmediatamente de este Consejo de Seguridad y sometida a acatar las resoluciones de la ONU. Si no es así, si no se tiene esta capacidad, la ONU es simplemente un fórum parlamentario inútil y frustrante.

Otra de las cuestiones que me planteo es: ¿cuándo la prudencia se convierte en vileza ante la agresión de un fanfarrón pendenciero a mi vecino para expulsarlo de su casa o someterlo a su voluntad? ¿Y si tras el vecino voy yo? ¿Cuándo el temor prudente se convierte en vil tolerancia? Esto también me lo pregunto.

En fin, que llevo unos días que la conciencia se me remueve y me hago preguntas que me desasosiegan porque no sé dar con las respuestas y el mundo global en el que vivo tampoco me las da: al contrario, si extiendo la mirada más allá de Ucrania, veo dolor y sufrimiento diseminado por todo el planeta. El hombre sigue siendo un lobo para el hombre. La vida continúa siendo una lucha de egoísmos, como decía Hobbes y, más tarde, Schopenhauer. ¡Pero me cuesta tanto aceptarlo! De ahí la angustia y la tristeza.