Desde hace unos años, por la segunda Pascua, Natxo, Fèlix y yo salimos a caminar tres o cuatro días. Este año hemos ido a la parte central del Pirineo, entre Navarra y Aragón. Nos ha hecho días buenos, pero con fuerte viento, y en algunas ocasiones también hemos encontrado más nieve de la que nos esperábamos. En total han sido cuatro caminatas que nos han permitido admirar las partes altas de los valles de Aspe, Salazar, Ansó y Rocal, con grandes bosques de pino albar, robles, hayas y abetos, y con extensos prados y praderas, tanto en el fondo de los valles, como en los rellanos y en la parte alta de las montañas, donde pastan los rebaños. Únicamente las crestas y las cumbres más elevadas son dominio de la roca desnuda.
3. La Mesa de los Tres Reyes
El tercer día tenemos que atacar la Mesa de los Tres Reyes, la segunda cota en importancia de la salida; mide 2.448 m según la cartografía de la Alpina. Su nombre proviene del hecho de que en la cumbre confluían los antiguos reinos de Navarra, Aragón y Francia. Esta característica de vértice limítrofe la sigue conservando; aunque ahora, liquidados los tres reinos, lo hacen el Reino de España, la República Francesa y las autonomías de Navarra y de Aragón.
La mesa es el punto más alto de la orografía navarra y constituye una ascensión mítica para los montañeros de la comunidad. Como en Cataluña subir a la Pica d’Estats. Por eso, y también porque es domingo, de camino a la cima nos encontramos con grupos que regresan o que se dirigen a ella.
Son las 8 h de la mañana. Partimos del refugió de Linza (1.350 m) y empezamos a subir por los prados que lo rodean, en dirección nordeste. Este primer tramo lo hacemos acompañados de un rebaño de vacas que Fèlix, como si fuese el pastor, va arreando hacia arriba. Grita interjecciones, hace chasquear la lengua, les habla, las golpea levemente con el bastón si se detienen; parece que lo haya hecho toda la vida. Las vacas, calmosamente, van subiendo a un ritmo que no podemos superar y las llevamos con nosotros hasta un amplio rellano, en donde se quedan. Nosotros seguimos.
Mientras subo, noto molestias en un tobillo. Seguramente de la bajada de ayer por los prados y el hayedo. Esto y el cansancio que arrastro me hacen decidir que tampoco haré cumbre. Los acompañaré hasta la cabaña de la Foya a Solana y regresaré. De este modo también quedará resuelto el problema que se planteaba con el coche, ya que Natxo quiere volver por un camino distinto. Haré de equipo de soporte.
Subiendo al collado de Linza empezamos a encontrar nieve. Cuando llegamos arriba estamos a 1.940 m, y ante nosotros se abre una perspectiva dilatada de praderas onduladas, rodales de nieve, montañas redondeadas y las moles rocosas de la Mesa y otras cumbres en la lejanía. Como ayer y anteayer, hace sol y viento. Descansamos un rato y aprovechamos para mirar el mapa y establecer el punto de encuentro de la tarde.
Desde el collado de Linza el camino hace una serie de suaves bajadas y subidas hasta la Foya a Solana, una especia de hondonada a 1.800 m de altitud a partir de la cual se emprende una ascensión de una hora y media hasta la Mesa de los Tres Reyes. Desayunamos junto a la cabaña y nos despedimos. Les deseo suerte y nos emplazamos entre la 4 y las 5 de la tarde en el aparcamiento de Belagua. Los veo iniciar la ascensión con un sentimiento contradictorio; por una parte me sabe mal no acompañarlos, pero por otra me alegro de no tener que hacer los más de 600 metros que aún les quedan. Para consolarme pienso que hago bien, que tengo más años que ellos y necesito un descanso.
De regreso me cruzo con bastante gente que sube y que se distribuirán por las montañas, unos hacia la Mesa, otros hacia el Petrachema, otros simplemente pasearan sin un objetivo claro, tan solo para respirar aire puro y admirar relieves i vegetación. El viento parece haber aflojado y hace calor. Una mujer solitaria desayuna sentada en un prado. Nos saludamos. Una pareja, ella embarazada, me pregunta cómo está para ir a la Mesa. Les digo que hay bastante nieve –nos lo han informado en el camping de Zuriza– y que aún les queda un buen techo. Son muy jóvenes y tienen rostros serenos y agradables. “Bueno, llegaremos donde llegaremos, ¿verdad?”, dice él dirigiéndose a ella. A ella le brillan los ojos cuando sonríe. Al separarnos, percibo que el encuentro me ha alegrado, y me vuelvo para verlos alejarse con un sentimiento indefino entre envidia y ternura. ¡Son tan jóvenes! Les deseo felicidad. Vaya, parece que la inmensidad del paraje me ha enternecido. La pradera está llena de flores y me entretengo haciendo fotografías. Llego al refugio alrededor de la una y media.
Belagua es uno de los tres valles que se abren en abanico a partir de Izaba, en donde confluyen los tres ríos que los drenan. El de Belagua es el de en medio; parte en dirección nordeste y describe un arco amplio que sitúa la cabecera en el sureste. En el sector conocido como Llano de Belagua, el valle se ensancha y acoge numerosas bordas rodeadas de prados con rebaños. Es un paraje idílico. El área protegida de Mata de Haya, donde está el aparcamiento y la zona de picnic, se halla al final de una recta de la carretera, antes de que cruce el río y empiece a subir. Hemos quedado aquí.
Son casi las dos y como las mesas sombreadas están ocupadas por familias, me interno en el bosque de hayas para comer solo, sin los gritos de los críos y el ruido del generador del bar-restaurante. Cuando termino, doy un paseo siguiendo unas señales rojas y azules que presuntamente han de conducirme al dolmen de Arrako. Pero a medio camino recibo un SMS que me advierte que llegarán de la 16,30 h. Miro el reloj y veo que casi lo son; de modo que renuncio al dolmen y atajo por los prados hacia el aparcamiento.
Pero no llegan. A la 17,15 h los llamo y me doy cuenta de que, donde estoy, no hay cobertura. Miro el mapa y veo que el camino es claro; solo han de seguir en GR-12 desde la Foya de Larra, dejarlo poco después del collado de Larreria y bajar por un camino bien señalado. Aguardo sin comprender qué les puede haber ocurrido. A las 18 h empiezo a inquietarme y, tras pedir a la mujer del bar que, si vienen, les diga que me esperen, cojo el coche y salgo a buscar un punto en donde haya cobertura. A unos 4 km oigo que me entran tres mensajes seguidos. Dos son avisos de llamadas perdidas, el tercero es un SMS en el que me advierten que van retrasados. Esto me tranquiliza y regreso al aparcamiento. Aún he de esperar más de media hora antes de verlos llegar, sudados y cansados, por la parte opuesta por donde lo tenían que hacer.
¿Qué ha pasado? Nada, que se han perdido. Han seguido las señalizaciones del GR-12, que decían que llevaba a Belagua, y los ha llevado al antiguo refugio, 500 metros más arriba de donde habíamos quedado. Y han tenido que bajar por la carretera y cortando por el bosque. No lo entiendo. En el mapa está bien claro dónde va a parar el GR. Mientras tomamos una cerveza en el bar, miramos el mapa de Natxo y el mío, y el enigma se aclara. El suyo es de una edición más antigua y no tiene el GR-12 marcado, de modo que no podían saber adonde llevaba. Y como en los indicadores ponían Belagua, pensaron que llevaba al área de picnic. Era lo más lógico; el refugio está en ruinas. Ya tenemos la anécdota de este año.
Son las siete y media y cogemos el coche para ir a Izaba, donde pasaremos la noche.