Una fotografía enviada por whatsapp por una amiga que visitaba Venecia y una lectura reciente sobre las causas de su auge medieval y posterior declive me han llevado a evocar mi estancia en esta ciudad maravillosa hará cosa de cuatro o cinco años.
Había visto fotografías y documentales sobre Venecia, había leído artículos de viajes y novelas con la ciudad como protagonista o marco de las acciones, me había informado sobre su peculiaridad geográfica y su historia, y a pesar de todo este conocimiento previo, Venecia me sorprendió de tal modo que me ha dejado un recuerdo imborrable. Nada de lo que he visto hasta ahora como obra humana iguala la belleza de Venecia. En ella se conjugan de forma única territorio e historia; a la singularidad de su enclave, hay que añadir una resolución urbanística y una obra arquitectónica únicas. Y es tal la elegancia y harmonía que atesora el conjunto urbano en cada uno de los metros cuadrados de la ciudad vieja que ni el abandono, la suciedad, la aglomeración de turistas, la fetidez de los canales o la profusión de comercios y restaurantes llegan a desvirtuarla nunca. Porque el conjunto monumental que se sostiene, como un milagro, sobre las aguas de la laguna tiene un poder de fascinación que te ciega. Cuando llegas a la ciudad desde tierra y por primera vez circulas en un vaporetto por el Gran Canal quedas tan deslumbrado por lo que ves, te causa una impresión tan profunda, que a partir de este momento indultas la ciudad de cualquier inconveniente o defecto. Es como cuando te enamoras; quedas rendido, ofuscado, incapaz de no ver nada que no sean virtudes y perfecciones en el ser amado. Y yo me enamoré de Venecia nada más empezar a desfilar por delante de mí desde la borda de la embarcación que me conducía al hotel. Un amor que quise retener a través de las fotografías que hice, algunas de las cuales muestro ahora agrupadas en tres apartados:
La ciudad. Venecia se levanta en medio de una laguna litoral de la costa adriática, sobre un mosaico formado por más de 120 islas limosas separadas por canales y unidas por más de 400 puentes. Los primeros pobladores del lugar eran pescadores, salineros y gente de mar que a partir del siglo V vieron su aislamiento alterado por la llegada de gente que, con la caída del Imperio Romano, huía de los invasores bárbaros del llano. En el siglo VIII la ciudad empieza a configurarse bajo el amparo del dux, como poder político, del obispo de Castello, como poder eclesiástico, y de los ricos mercaderes, como poder económico. A continuación, el pacto de libre comercio con oriente firmado con el Imperio Bizantino, convierte Venecia en el epicentro del intercambio de productos entre Oriente y Occidente. A partir de este momento Venecia crece en poder, en población y en peso específico en el contexto político europeo hasta que a finales del siglo XVIII, debilitada por su propia dinámica, que la había llevado a transformar las instituciones y leyes que la habían conducido al éxito, se entrega a Napoleón y pone fin a su etapa de ducado independiente. Y después de ser francesa, austríaca y, finalmente, italiana, Venecia pasa a ser patrimonio de la humanidad y se convierte en una de las ciudades más visitadas del mundo.
Los canales. Los canales de Venecia son las arterias por las que circuló la sabia que la enriqueció. En un primer momento, el Gran Canal y los canales que derivan de él actuaron como puerto y vía de acceso al mercado central de Rialto; por ellos las mercancías llegaban a las casas-almacén de los mercaderes, a los grandes almacenes extranjeros y a los depósitos ducales. Pero a partir del siglo XV, el Gran Canal pierde su función comercial y se convierte en el lugar predilecto de la emergente nobleza veneciana para construir sus palacios y mansiones. El puente levadizo de Rialto, el único que unía las dos riberas del Gran Canal hasta el siglo XIX, es substituido por uno de piedra y la actividad portuaria se concentra en el canal de la Giudecca.
Los monumentos. La larga historia de Venecia junto con la singularidad de su emplazamiento han hecho que la ciudad se regenerase sobre ella misma repetidamente y se convirtiese en un inmenso museo urbanístico y arquitectónico en el que se conjugan y yuxtaponen los estilos medievales con los del Renacimiento, el Barroco y el neoclasicismo. Caminar por sus calles y plazas o pasear en góndola por los canales es hacer un viaje por la historia de la arquitectura europea, con excepcionales ejemplos de iglesias románicas, palacios góticos, mansiones renacentistas y templos barrocos y neoclásicos, todo concentrado en los poco más de 8 km² de su centro histórico.