Walking Como

Como ya mencioné en una nota anterior (02/07/2015), el mes de junio pasado Isabel y yo hicimos un viaje a Italia. Fueron unos días trepidantes, que se iniciaron con una estancia de 24 horas en la pequeña ciudad lombarda de Como ―84.677 hab (01/01/2015).

Como está situada en el extremo de la pata oriental de la y griega invertida (ʎ) que dibuja el lago homónimo. Dada su antigüedad ―data de la época romana―, hemos de suponer que ha sido la ciudad quien ha dado nombre al lago y no al revés. El pasado romano de Como se refleja en el trazado en cuadrícula de la ciudad vieja, perfectamente visible desde las alturas de Brunate. Desde este pequeño pueblo encaramado en la cima de las verdes montañas que delimitan el lago ―se puede acceder a él en un corto trayecto de funicular―, la vista sobre la ciudad y el lago es espectacular. Y no hace falta subir al Faro Voltiano para tener buenas panorámicas, como me hizo subir Isabel; desde cualquiera de los miradores que hay alrededor de la estación del funicular se puede admirar a vista de pájaro el trazado urbano de Como con el Duomo destacándose como un pastelito de repostería y el lungolago con los paseos, los jardines, los embarcaderos, el puerto deportivo y el Tempio Voltiano; al fondo, la Villa Olmo nos recuerda que, desde hace más de tres siglos, las orillas del lago de Como han sido elegidas por aristócratas, artistas y burgueses, la jet-set que diríamos ahora, como residencia de verano.

Desde el funicular de Brunate al centro de la ciudad se pasa por la Casa del Fascio, del arquitecto Giuseppe Teragni, una obra de referencia del racionalismo italiano, y por el Teatro Sociale, colosal edificio neoclásico. Y si vas paseando por la orilla del lago, te encuentras la Piazza Cavour y el Tempio Volitano, una especie de mausoleo construido en 1927 para conmemorar el centenario de la muerte de Alessandro Volta, el inventor de la pila eléctrica, que nació en la ciudad. En el interior hay un museo dedicado al personaje.

El núcleo histórico de Como es pequeño ―Isabel y yo lo recorrimos en una mañana. Por la parte sur lo rodea una muralla medieval bien conservada, con grandes torres de vigilancia. La más imponente es la Porta Torre, a cuyos pies los martes, jueves y sábados se celebra mercado. Dentro del recinto histórico las calles son estrechas y hay bonitas fachadas de casas antiguas, la iglesia románica de San Fedele (s. XII) y la plaza del Duomo, que cuando llegas a ella te deja boquiabierto.

En el tríptico que recojo en el interior, leo que la catedral de Como es el tercer edificio religioso más grande de Lombardía, después del Duomo de Milán y la Cartuja de Pavía, ambas contemporáneas suyas. Iniciada a finales del siglo XIV y terminada a finales del XVI, es una joya del gótico italiano, con elementos decorativos renacentistas, como las figuras de Plinio el Viejo y Plinio el Joven que flanquean la entrada principal ―ambos, tío y sobrino, hijos ilustres de la ciudad. La catedral adquiere la configuración actual definitiva en la segunda mitad del siglo XVII con la construcción de la cúpula.

A continuación del Duomo, constituyendo un frente arquitectónico maravilloso, está el Broletto, antiguo ayuntamiento de la ciudad. Este bello edificio data de principio del siglo XIII y la construcción de la catedral lo mutila en parte. Cuando pierde su función comunal a mediados del siglo XVIII, pasa a ser, primero, un teatro, después un archivo, y, actualmente sede de congresos y muestras de arte

Pero lo que más me impresionó de todo lo que vimos fue la basílica de Sant’Abbondio. Un poco apartada del centro histórico, esta iglesia es de un espléndido románico lombardo del siglo XI, el mismo románico que inspira nuestro románico más puro y bello ―pienso en las iglesias del valle de Boí y en Sant Vicenç de Cardona. Pero la mayor sorpresa está en el interior. Entramos y nos encontramos con un espacio amplio, de una elegancia insólita en un estilo que se preocupa más por la solidez y la austeridad; y cuando atravesamos la nave y nos acercamos al presbiterio, la harmonía de formas y colores de los frescos que lo recubrían nos fascinaron. Escenas sagradas vistas mil veces adquieren una fuerza inesperada gracias a la sensibilidad y maestría del artista anónimo del Trecento que las pintó. La crucifixión, la anunciación y diferentes episodios de la vida de Cristo tomaban sentido de nuevo y nos emocionaban; santos, ángeles y profetas contemplaban las escenas junto con una infinidad de personajes que recubrían las semicolumnas del ábside; y en las bóvedas que lo precedían, un cielo lapislázuli ordenadamente estrellado evocaba la inmensidad del universo. Pasamos los últimos minutos de nuestra estancia en Como en una contemplación admirada y silenciosa de aquel espacio de espiritualidad. 

Al salir, de vuelta al hotel para recoger las maletas y proseguir el viaje, pensé que solo por Sant’Abbondio ya valía la pena haber llegado hasta allí.