Estos últimos días Isabel estuvo en Barcelona y fuimos dos veces al cine. Venía con la fijación de ver Roma, de Alfonso Cuarón, y cuando Isabel tiene una fijación ya no hay más que hablar. La otra, La favorita, de Yorgos Lanthimos, la eligió ante la falta de unanimidad entre sus amistades a la hora de valorarla, y, a pesar de mis reticencias tras haber pasado por la mala experiencia de Langosta (The Lobster, 2015), no me opuse. La verdad es que también me intrigaban unas opiniones tan contrarias.
Roma (2018) es un relato íntimo, basado en los recuerdos de infancia del director, que gira alrededor de una familia de clase media mejicana que vive en la Colonia Roma, en Ciudad de Méjico. El relato se articula a través del personaje de Cleo —Yalitza Aparicio—, la muchacha indígena que se ocupa de la casa y de los hijos de la familia, y está inspirado en Libo —Liboria Rodríguez—, la doméstica que la familia tuvo cuando Alfonso Cuarón era niño. El hecho de estar filmada en blanco y negro, a base de primeros planos y con una banda sonora constituida únicamente con sonidos ambientes y fondos musicales justificados otorga a la película una sobriedad y un poder evocador extraordinarios, al tiempo que recrea tan bien la atmosfera de una época, que el espectador —en este caso yo— se ve raptado por las imágenes, en algunos momentos de una gran belleza formal, y entra sin reservas en el drama familiar que se desarrolla en la pantalla. Tratada con sensibilidad e inteligencia, Roma está narrada a un ritmo lento, el ritmo de la vida cotidiana en aquella casa, solo la irrupción violenta en el relato del asesinato a sangre fría de un estudiante durante una manifestación —y que pone una fecha en la historia: 10 de junio de 1971— significa un cambio súbito y perturbador del ritmo. Pero son tan solo unos minutos, porque tras la tensión que significan la manifestación y el parto de Cleo, la película vuelve a la abrumadora cotidianidad que rodea a los protagonistas en un momento difícil de sus vidas. |
La favorita (The Favourite, 2018) es totalmente opuesta; es una película dotada de un cierto histrionismo esperpéntico, con colores densos, matizados por las tonalidades oportunas en función del escenario, decorados excelsos reseguidos por gran angulares panorámicos, protagonistas perversos e impúdicos, tocados por la ambición de poder y dotados de una buena dosis de crueldad, unas relaciones cortesanas marcadas por la conspiración, el libertinaje y la traición, y todo esto alrededor de una reina estúpida y enferma. El coctel es realmente fuerte y puede resultar excesivo. Solo si prescindimos de consideraciones morales y de lo que denominamos ‘buen gusto’ y nos dedicamos a mirar La favorita como la exposición cinematográfica de algunas de las peores facetas de la naturaleza humana con un cierto toque de humor podremos valorarla libres de prejuicios. Y si lo hacemos así, entonces nos daremos cuenta de que estamos ante una película bien dirigida, bien interpretada, con un guion eficaz y una ambientación magnífica.
Desde el punto de vista argumental, el relato se sitúa a principios del siglo XVIII y gira alrededor de la reina Ana de Gran Bretaña e Irlanda —Olivia Colman— y la lucha que se establece entre Sarah Churchill, duquesa de Marlborough —Rachel Weisz—, y su prima Abigail Masham (Hill de soltera), baronesa de Masham —Emma Stone—, por sustituirla como favorita de la reina.
En resumen, dos películas muy distintas y que recomiendo a todos los amantes del cine.