Va de cine

Ante el acierto en la elección de las películas que he visto estas últimas semanas ―mérito de Isabel, que guía mis pasos―, he optado por hacer un breve apunte de cada una de ellas en lugar de dedicar la nota a una sola.

Por orden cronológico de visionado, la primera fue Fences, de Denzel Washington. El título ―que significa “cercas”― hace referencia a la cerca que Rose ―una excelente Viola Davis (Oscar 2017 a la mejor actriz de reparto)― ha pedido a Troy, su marido (Denzel Washington), que construya alrededor del pequeño jardín de la casa y a la cerca de frustración y resentimiento que Troy ha levantado a su alrededor y que delimita su relación con su familia y con el mundo. Por la riqueza de los diálogos y la localización de la trama tanto en el espacio como en el tiempo, mientras veía la película pense que podia tratarse de la adaptación cinematográfica de una obra teatral.

Y en efecto, Fences es la obra con que August Wilson obtuvo el premio Pulitzer de 1987; premio que repitió en 1990 con The Pianno Lesson. Estamos, pues, ante uno de los dramaturgos contemporáneos más interesantes de los Estados Unidos, de la talla de Tennessee Williams o de Arthur Miller, pero del que desgraciadamente no hay nada publicado ni en castellano ni en catalán. Una lástima.

El viajante (Forushande), del director iraní Asghar Farhadi, gira alrededor de una acción violenta y su gestión por personas no violentas. Bien construida y bien interpretada por Peymann Moaadi ―premio al mejor actor en el Festival de Cannes 2016― y Leila Hatami en los papeles protagonistas, la película rompe con los estereotipos que en el mundo occidental solemos tener del mundo musulmán y nos introduce en el día a día de una pareja iraní de actores aficionados que, paradójicamente, mientras representan La muerte de un viajante, de Arthur Miller, en el teatro, viven un incidente que acaba provocando la muerte de un viajante. En esta especie de parábola, el autor nos muestra el dolor que podemos desencadenar cuando nos abandonamos al instinto, ya sea el sexual o el de venganza.

El pasado mes de enero El viajante obtuvo el Oscar a la mejor película de habla no inglesa; reconocimiento que Asghar Faradi había obtenido en el año 2011 con Nader y Simin, una separación (Jodeaeiya Nader az Simin).

La última que ha visto ha sido Manchester frente al mar (Manchester by the Sea), de Kenneth Lonergan. De las tres es la más impresionante y la que presenta un drama humano más intenso. Adusto y solitario, Lee Chandler (Casey Afflek, Oscar 2017 al mejor actor) es el conserje de un bloque de apartamentos en Boston cuando la muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler) lo hace regresar a su pueblo natal, Manchester-by-the-Sea, Massachusetts. A partir de este momento una serie de flashbacks nos explican la razón de la actitud de Lee y su incapacidad para asumir la tutela de su sobrino adolescente, tal como ha dejado escrito su hermano en el testamento. A medida que vamos teniendo información sobre el pasado de Lee, el personaje áspero y violento, que inicialmente no inspira demasiada simpatía, va ganándose el corazón del espectador hasta que, al final, acabas compartiendo su dolor, tan profundo, que lo incapacita para la vida. Manchester frente al mar es una de aquellas películas que termina inesperadamente y te deja sentado en la butaca digiriendo el drama que acabas de ver. Yo me la llevé a casa y durante unas horas no me la pude sacar de la cabeza. Me había empapado de dolor.

Por indicación explícita de Isabel también fui a ver Figuras ocultas (Hidden Figures), de Theodore Melfi, donde se muestra la tarea brillante, silenciada durante años por la NASA, de tres matemáticas negras incorporadas inicialmente como calculistas y las dificultades que tuvieron para que se reconociese la importancia de su trabajo en un ámbito científico dominado por los hombres y los prejuicios raciales. Supongo que como mujer y matemática, Isabel quedó seducida por la inteligencia y la tenacidad de las tres protagonistas ―Katherine Johnson (Taraji P Henson), Dorothy Vaughn (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe)―, pero la película presenta una factura made in Hollywood, con almibaradas secuencias de amor filial y un idilio maduro con final feliz, que, a mis ojos, disminuye la eficacia de su reivindicación del talento más allá del color de la piel y del sexo.