Aprendiz de gigoló, de John Torturro, es una película simpática, una comedia tierna y divertida que, sin llegar a ser disparatada, tampoco te la puedes tomar como una ilustración de la vida real. Woody Allen hace de Woody Allen y Torturro hace de Paul Newman; incluso hay momentos que llega a parecérsele fisicamente. Me refiero al Paul Newman maduro, al de Harry e hijo o El color del dinero. Fijaros. Los silencios largos, las réplicas breves, frases dichas sin inflexiones apenas, con un distanciamiento indiferente que cargan al personaje de un cierto misterio; la mirada penetrante, los movimientos pausados, sin precipitación, sin rudeza. Newman nunca ha sido un duro rudo y violento, siempre ha dotado a sus personajes de una contención firme, de una calma inquietante.
Al terminar de ver la película y recordar los papeles que hasta ahora había visto interpretar a Torturro, pensé que el de Fioravante era el papel que siempre hubiese querido hacer, un seductor, un protagonista exitoso con las mujeres, y como nunca se lo ofrecieron, acabó per escribírselo él mismo y adjudicárselo. Y lo más increíble es que resulta convincente, hasta el punto de que acaba seduciendo al mismo espectador. Al menos a mí me sedujo, como mínimo tanto como lo hizo Vanessa Paradis en el papel de joven viuda condenada al severo aislamiento de la fe ortodoxa judía.