En mundo según Toni Catany

Hace unos días fui a ver la exposición del fotógrafo mallorquín Toni Catany que hay en La Pedrera. Con anterioridad había visto algo de su obra, pero no tenía una idea precisa de la amplitud y la evolución de su recorrido artístico. Y me impresionó. El rigor, la armonía, el gusto, la sensibilidad, la ejecución…; todo, considerase el aspecto que considerase, alcanza la perfección. No hubo ni una sola pieza de las que había expuestas que no quisiera tener en casa, que no me pidiese una mirada minuciosa y reiterada; contemplarlas era experimentar la sensación gozosa de la belleza. Daba lo mismo lo que fuese: un bodegón, un retrato, un desnudo, una pared desconchada, un elemento arquitectónico, una jarra…; todo era atractivo de mirar, respiraba una atmosfera que te seducía y te sugería serenidad. Y me dolió la pérdida del artista hará cosa de tres años, el otoño de 2013. Lo recuerdo porque Isabel me comentó que Maria del Mar Bonet había suspendido la ceremonia que le tenían preparada en la UIB para concederle el título de doctora Honoris Causa debido a la muerte de Toni Catany, con quien le unía una estrecha amistad.

El sábado pasado quedé con Elisabet de encontrarnos en el Utopia Photo Market, un mercado de fotografía que reunía una cincuentena de fotógrafos y les brindaba la oportunidad de dar a conocer su obra y venderla. La fotografía está de moda y se ha prestigiado como una disciplina artística equiparable a las clásicas, y esto ha atraído a un gran número de artistas jóvenes que ven la posibilidad de crear en este nuevo ámbito de las artes plásticas. La fotografía ha dejado de ser únicamente documento gráfico para pasar a ser pieza de arte. Pero el tránsito no es tan fácil. Entre todo lo que vi en el mercado había obras interesantes, pero muy pocas trascendían la inmediatez del lenguaje fotográfico y te sugerían algo que fuera más allá de la escena que reproducían, y en algunos casos, cuando lo hacían y luego veías otras fotografías del mismo autor, te preguntabas si no había sido por casualidad.

En cambio en Toni Catany nada parece casual. Incluso las fotos de viaje, las que hace a pie de calle, cuando su mirada tropieza con un rostro interesante o un mercado, parecen fruto de una meditación, de una voluntad. La naturalidad de las actitudes, la expresión de los rostros, la disposición de las piezas retratadas, la ordenación de los elementos incorporados, los tonos uniformes o contrastados, la agudeza de los ángulos o la suavidad de las curvas, todo encaja dentro de un propósito. En Toni Catany la fotografía deja de ser narración para convertirse en en poesía.

Siempre me ha gustado la fotografía. Aprendí de muchacho en un pequeño laboratorio que mi padre montaba y desmontaba en casa. La primera cámara la tuve a los doce años. Era una Peichet. Y desde entonces he hecho miles de fotografías, algunas de las cuales he vendido a editoriales directamente o a través de agencias. Pero nunca me he considerado un fotógrafo y menos aún un artista que tiene la fotografía como lenguaje de expresión. Para mí, hacer fotos es congelar un momento irrepetible o seleccionar un fragmento de realidad para apropiármelo por lo que tiene de singular. Por ejemplo, me gusta mucho hacer fotos de paisaje, pero no tan solo para captar su estética, sino por el conocimiento del territorio que proporcionan; igual me pasa cuando fotografío flores, o hojas, o un cultivo…; me importa tanto o más saber la especie vegetal que fotografío que la foto en sí misma. Mi mirada es más curiosa que creativa, busco más la ilustración que la emoción. Por eso mis fotos interesaban a las agencias y a las editoriales que hacían enciclopedias y libros de texto.

Toni Catany es todo lo contrario. Su fotografía es todo emoción, evocación, gusto por la recreación, disciplina, deseo de crear. El fotógrafo convencional se encuentra la fotografía y la capta; Catany la busca y la construye. Y lo hace de un modo tan personal que sus fotografías son inconfundibles. Insisto: así como el fotógrafo convencional se mueve por el mundo y lo fotografía; Catany construye el mundo que fotografía, incluso cuando fotografía la realidad misma. Sus viajes no son únicamente la documentación del mundo a través de su mirada, sino que le permiten dar a luz un mundo propio, que surge de lo más íntimo y enraizado. Es sorprendente.

Por todo esto que digo, os recomiendo que vayáis a La Pedrera. Tenéis tiempo hasta el 17 de julio. 

(Fotos bajadas d'Internet)