Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy

Cuando leí Meridiano de sangre hace unos años, encontré aquella epopeya delirante y violenta, con personajes estrafalarios al borde de la locura, fatigante, y si la terminé fue porque me la había recomendado un amigo. Sin embargo, cuando en una feria de libro antiguo vi Todos los hermosos caballos, no dudé en comprarla. Había algo en la manera de narrar de Cormac McCarthy que, a pesar de que el tema argumental de Meridiano de sangre me desagradase, me había interesado, haciéndome reflexionar sobre el estilo literario y sus formas. Sin duda, McCarthy tiene un estilo personal, de una austeridad mesurada y una especial precisión y belleza en la descripción de los paisajes y la naturaleza de la frontera ­—la de Estados Unidos y Méjico, que es donde sitúa la acción de ambas novelas—; además, sus diálogos son, por lo general, tan lacónicos que comunican a los personajes una frialdad y una dureza conformes a su destino rebelde e incierto.

 Todos los hermosos caballos —título original All the Pretty Horses— narra el periplo de John Grady y su amigo Lacey Rawlins, de 17 y 18 años, desde Tejas, de donde parten, hasta su destino al norte de Méjico, en donde terminan en la cárcel. Durante el camino se tropiezan con Jimmy Blevins, un chico de 14 o 15 años, que, quieras que no, se les une y que será la causa de todas las complicaciones que se producirán. De hecho, una buena parte de la novela se limita a relatar el viaje a caballo de los tres muchachos, con espléndidas descripciones de los territorios que atraviesan y de las acciones que componen su día a día. La estimación por los caballos de John Grady y su especial habilidad para tratarlos es el leitmotiv de una historia que a medida que avanza se va complicando y cargando de emoción. Sorprende la madurez de los dos personajes principales y la seguridad con que se mueven a pesar de su juventud por espacios y entre gente desconocidos. Una especie de aura indefinida y protectora parece envolverlos durante todo el relato, especialmente a John Grady, que se manifiesta como el más decidido y, a la vez, el más reflexivo del tándem protagonista. De Blevins también sorprende la madurez, pero en este caso el personaje desprende un cierto aliento trágico desde el principio, que se confirma más adelante. El amor de Grady y Alejandra, la hija del terrateniente mejicano para el que él y Rawlins trabajan, es un elemento que se incorpora a media novela y la impregna hasta el final.

Pero lo que más me ha fascinado de la lectura de Todos los hermosos caballos no ha sido tanto el argumento como la forma de irlo desarrollando y de ir construyendo a los personajes. Mesuradamente, poco a poco, con diálogos largos y de aparente intranscendencia, a través de los que va creando las figuras humanas que intervienen en la historia. Épica y, a la vez, sentimental, pacífica, pero también violenta, Todos los hermosos caballos condensa en el breve espacio de tiempo de unos pocos meses —que es lo que dura la aventura mejicana de Grady y Rawlins— la experiencia de toda una vida y más todavía. Es tan densa la historia, tan cargada de vicisitudes, que cuando los dos personajes regresan a Tejas parece que hayan pasado años; a ellos se lo parece y al lector también.

A medida que iba leyendo la novela me daba cuenta de que coincidía con el argumento de una película que vi por televisión hace algunos años y de la que tenía un buen recuerdo a pesar de que había olvidado el nombre. Y en efecto, Todos los hermosos caballos fue llevada al cine con el mismo título original —en castellano, Todos los caballos bellos— el año 2000 por el director Billy Bob Thornton y protagonizada por Matt Damon (John Grady), Henry Thomas (Lacey Rawlins), Lucas Black (Jimmy Blevins) y Penélope Cruz (Alejandra).

Todos los hermosos caballos se publicó en 1992 y le valió a Cormac McCarthy el amplio reconocimiento que hasta entonces no había obtenido, ratificado con la obtención del National Book Award y del National Book Critics Circle Award del mismo año, dos de los premios literarios más prestigiosos de los Estados Unidos. Esta novela fue la primera de la llamada Trilogía de la FronteraBorder Trilogy—, que se completa con The Crossing (1995) ―En la frontera, Ed Debate, 1999― y Cities of the Plain (1998) ―Ciudades de la llanura, Ed. Debate, 2005. Dos de sus novelas posteriores: No es país para viejos (No Country for Old Men, 2005) y La carretera (The Road, 2012) también han sido llevadas al cine; la primera por los hermanos Coen y la segunda por John Hillcoat.