3. De Nocito al Tozal de Guara por el puerto de Petreñales y regreso por el refugio de Los Fenales
La de hoy es la caminata estrella: la subida al Tozal de Guara, que, con 2.078 m, es la altura máxima de la sierra. Después de la experiencia de ayer y mi negativa a repetirla, Natxo me ha jurado y perjurado que todo el itinerario es por caminos y senderos bien marcados. Me lo creo.
Partimos del camping de Nocito (930 m) después de desayunar. Son las 9,15 h. Por un camino entre márgenes de piedra enlazamos con una pista que nos conduce hasta el río Guatizalema, lo cruzamos y seguimos río arriba por la margen derecha. La previsión es de que haya tormentas por la tarde, pero ayer y antes de ayer era la misma y, al menos a nosotros, no nos afectó; al contrario, durante todo el día hizo un calor de pleno agosto. De momento, el camino sube con suavidad y la marcha es relajada. Me entretengo haciendo fotografías: el río, mis amigos caminando, una orquídea…
Abandonamos el camino ancho del margen derecho del Guatizalema y nos internamos por el barranco de la Pillera y, después, por el de la Espátula. Ahora la pendiente es considerable y caminamos en silencio. Hablamos poco mientras caminamos: alguna observación relativa al paisaje o algún suceso puntual del camino ―una ardilla de cruza, el rastro de una bestia salvajina, un cambio de vegetación…― y poca cosa más. El entorno y el esfuerzo acaparan toda nuestra atención. Ya tendremos tiempo de charlar y bromear.
Alcanzamos el collado de Chemelosas, el primer punto significativo del recorrido, y nos sentamos en la hierba para descansar un poco y beber. Estamos a 1.367 m. Una pareja joven nos pasa por al lado y nos saluda. Sobre la cresta calcárea que delimita el collado vemos un buitre que contempla en valle de Nocito. Él lo ve, a nosotros nos lo oculta la roca. Pero justo abandonar el collado, aparece ante nuestra mirada, lejano y acogedor Esta cara norte de la sierra de Guara es más fresca y húmeda que la sur, y la vegetación lo refleja; ahora en los bosques montanos hay presencia de pino silvestre, pino negro, roble, haya, arce y tejo. Precisamente, subiendo al puerto de Petreñales encontramos un tejo colosal y Natxo se fotografía junto a él.
El puerto de Petreñales (1.589 m) es la muesca que veíamos desde Nocito en el perfil de la montaña. Ahora estamos ahí y contemplamos el caserío diminuto con cierta incredulidad ―¿Desde allá venimos?―; él nos da medida de lo que llevamos caminado. De hecho, ya no nos alejaremos más; lo que haremos es rodear el tozal para ir a buscar su cara sur-sureste por el Llano de los Hongos y subir los 500 m que nos quedan serpenteando por un sendero que acaba perdiéndose entre la roca disgregada hasta llegar a la cumbre.
Hoy, la tormenta se ha avanzado a la previsión y cuando alcanzamos el Tozal de Guara una nube negra se sitúa encima. Aún tengo tiempo de hacer un par de fotos con sol; después, el cielo se cubre y empieza a llover. En la cumbre hay dos parejas más; una es la que nos ha avanzado en el collado de Chemelosas. Nos ponemos las chaquetas y nos sentamos junto al cilindro de cemento que marca el vértice geodésico para comer un poco y descansar. Las gotas son más gordas y frecuentes sin que se pueda hablar todavia de chaparrón.
Mientras comemos, por la senda por la que tenemos que bajar vemos a una chica que sube sola, sin mochila y a buena marcha. Cuando llega a nuestro lado, nos saluda. Es muy rubia y risueña y habla un castellano extraño. “¿Vienes sola?”, le pregunta Natxo. “No, con unos amigos. Pero son lentos como tortugas y los he dejado atrás”, dice sin miramientos. Se interesa por dónde hemos venido y comenta que propondrá a sus amigos bajar por allí, y empieza a hacer preguntas sobre el camino a seguir. Habla de hacer noche en el camping de Nocito, pero nos dice que tienen los coches en Used y que han dormido en el refugio de Los Fenales. “Pues si tenéis que ir a Used a recoger los coches, debéis desviaros algo más abajo del collado de Chemelosas; ya lo veréis en el mapa”, le dice Natxo. “Es que no llevamos mapa”, dice sonriendo. “¿Habéis venido sin mapa?”. “Sí, pero hemos visto el itinerario en internet”. “Deben de ir con GPS”, dice Fèlix. No, tampoco; van a pelo. No nos lo podemos creer. ¡Nosotros, que hasta para ir a Collserola llevamos el mapa en el bolsillo! Y empezamos a hacerle broma. Son seis: un francés, un catalán, dos madrileños, un valenciano y ella, que es ucraniana. Un popurrí extraño. El relato de cómo han pasado la noche en el refugio y que han partido a las 11,30 h termina de poner en evidencia un desconocimiento del medio casi suicida. Natxo le explica con detalle dónde tienen que desviarse para no ir a parar a Nocito. Ella sonríe, nos da las gracias y se instala junto a la cruz que corona la cumbre. Es justo entonces cuando, en la lejanía, vemos unos puntitos que se acercan. Si son sus amigos, les ha sacado una ventaja de una media hora. ¡Caramba, qué gacela!
La lluvia aumenta y concluimos la comida. Las dos parejas que hemos encontrado al llegar ya se han ido. Nosotros recogemos y nos vamos también. La dejamos sola, sentada en una piedra contemplando el paisaje. “¿Creéis que llegaran?”, dice Natxo cuando hemos empezado a bajar. “No lo sé. Por lo que ha contado, parece que hayan venido aquí como quien va al Tibidabo”, dice Fèlix. “¿Y si le doy la fotocopia ampliada del plano?” Nos parece buena idea; a nosotros nos queda el mapa original. Natxo vuelve atrás y lo esperamos.
Cuando llevamos unos diez minutos bajando, nos cruzamos con sus compañeros, todos cargados con mochilas, alguna descomunal. Ahora se explica que ellos vayan tan lentos y ella tan rápido. ¡Vaya fresca, la ucraniana! Todos son jóvenes; a una chica en shorts la llevan medio a rastras. Los saludamos y nos saludan.
Por aquí el camino no es tan pendiente; no obstante perdemos altura con rapidez. A la media hora entramos en zona de sol. La nube negra ha quedado suspendida sobre la cumbre. Antes de llegar al refugio pasamos por un bosque de pino silvestre y abetos. El refugio de Los Fenales es pequeño y está descuidado. Para sacar agua hay una bomba de mano, pero está medio rota y debe de costar hacerla funcionar, si es que funciona. No creo que el grupo de la ucraniana haya pasado una buena noche en este cuchitril.
Tras un breve tramo de pista, tomamos por un sendero con bastante pendiente que nos sitúa en el paraje de Las Cañatas, donde, con alguna duda, seguimos hasta El Collado y llegamos a Nocito a la 17 h.
Después de tomar unas cervezas, nos duchamos, descansamos un rato y cogemos el coche para ir al santuario de San Úrbez, a unos 2 km de Nocito. Se trata de un conjunto compacto formado por una iglesia y un antiguo monasterio, cuyo origen se remonta al siglo X y que hoy es un albergue. Nosotros teníamos que alojarnos aquí si una avería eléctrica no lo hubiese impedido. Desde el albergue la vista sobre el valle de Nocito con el Tozal de Guara al fondo es magnífica.
De nuevo en Nocito, mientras estamos cenando en la terraza del restaurante, aparece la ucraniana con el amigo francés. Acaban de llegar. Nos alegramos de verlos y ellos nos dan las gracias por el mapa; con él y las indicaciones han podido llegar. No obstante, cuando ya estaban a bajo, se han despistado y han dado un rodeo de más de una hora hasta Used. El francés nos indica el punto donde se han equivocado y lo consolamos diciéndole que ahí nosotros también hemos dudado porque hay un error en el mapa y las indicaciones sobre el terreno son incompletas. Mientras hablamos con ellos, llegan los demás y se ponen a discutir cómo han de resolver el tema del alojamiento. Son las 21,30 h y se respira la excitación propia del final feliz tras la desesperación. Hay idas y venidas, y finalmente unos se quedan en el camping y otros en el albergue La Mallada. Encargan la cena, pero antes quieren ducharse. Desaparecen. Y Luis, el dueño del restaurante, que también lo es del camping, refunfuña. “Con éstos, me van a dar las doce haciendo guardia”. Seguramente.