Reflexiones

De lo que está pasando en Cataluña se puede hacer una lectura que va más allá del enfrentamiento entre un pueblo que quiere optar a decidir libremente su futuro y el Estado que lo contiene —que también— y se sitúa en un contexto más amplio: el de la consolidación del capitalismo como único sistema económico y, con él, el debilitamiento de los derechos de la mayor parte de la población ante unas élites cada vez más poderosas y que parecen insaciables. Es decir, en Catalunya estamos viviendo en directo en hundimiento de la democracia, porque, en realidad, la democracia importa poco a los que tienen el poder y se quieren perpetuar en él.

La lucha que se produce en Catalunya y que se inicia con una reclamación democrática del catalanismo visualiza cómo la élite política y económica española pone en marcha todos los mecanismos a su alcance para reprimir la reivindicación y seguir con el modelo de estado extractivo que tiene como finalidad su mantenimiento y consolidación a costa del empobrecimiento de un sector cada vez más amplio de la población. En Catalunya se ha hecho visible un proceso que se está produciendo en otros estados en silencio o con explosiones puntuales. Bajo la presión del independentismo catalán se han sacado a la luz las contradicciones de un estado diseñado para dar continuidad al dominio de la oligarquía económica española y los poderes que la parasitan, y de los que se vale para imponerse. Todo está a su favor, porque todo lo tiene  comprado: políticos, altos funcionarios, poder judicial, medios de comunicación y fuerzas del orden. Entre todos controlan el relato y construyen una verdad que justifica la represión. Y Europa calla porque vive el mismo proceso de desmantelamiento democrático y debilitamiento de las aspiraciones populares, resumidas en el lema liberté, égalité, fraternité de los revolucionarios franceses a la hora de deshacerse del Antiguo Régimen y el totalitarismo monárquico que lo sostenía.

Ahora estamos ante la gestación de un nuevo régimen surgido del neocapitalismo, basado en un totalitarismo económico, que está acabando con los costosos avances que se han hecho durante los dos últimos siglos hacia la libertad y la igualdad, y que se tradujeron en mejoras sociales y laborales, al menos en una parte del mundo. Pero estos avances se han parado y han empezado a retroceder produciéndose una evidente regresión social y de las libertades. En este marco, las nuevas generaciones de una clase media cada vez más desmantelada y de las clases más desprotegidas estallan por donde más se tensa el sistema. En el caso de España, Cataluña. El detonante ha sido la sentencia del Supremo, con la que se confirma el carácter punitivo del Estado, a través de su justicia, y se castiga la disidencia. Pero la exaltación de los jóvenes, catalanes o no, independentistas o no, ha sido constatar una vez más el cinismo del poder a través del uso fraudulento de conceptos como democracia, justicia y violencia, cuando es este poder el que actúa en contra de principios básicos de la democracia, injustamente y con violencia.

Una buena parte del pueblo catalán acumula frustración, cierto, pero también la acumulan miles y miles de personas que no tienen nada que ver con el catalanismo y que observan con alarma la sumisión de los estados, raptados por los poderes económicos, a la hora de colaborar en el propósito de reducir la ciudadanía a un mero ejército de consumidores.