Reflexiones

En torno a la escritura

Hace unos días que terminé la novela que me ha ocupado tres años. Y más allá de la satisfacción del primer momento, siento su ausencia. Los personajes que me han acompañado tanto tiempo, de pronto, me han abandonado y me he quedado solo. Marc, Djembo, Simon Flaherty, Emili Ferrer, Cynthia Hawkins y tantos otros han quedado fijados en el relato definitivo, sin posibilidad de hacerlos vivir más; se han agotado en ellos mismos y tengo que buscar otros para volver a iniciar un camino de exaltación y ensueño, pero también de angustia y sufrimiento.

Escribir una novela es una huida de la realidad para entregarte a una obsesión personal que persigue construir otra realidad a través de la destilación de emociones, lecturas, experiencias, observaciones e intuiciones. El resultado de este proceso alquímico son personajes, historias, pasiones y paisajes que solo existen a través de la palabra escrita. El talento del escritor consiste en hacer revivir en el lector todos estos componentes con tal verosimilitud que les permita trascender la palabra y, materializándose en su mente, despertarle toda una serie de emociones. No es fácil, porque el lector es distinto y plural, y en el proceso de lectura aporta su bagaje personal. Es preciso seducirlo con las armas del estilo, la técnica y, sobre todo, la sinceridad que respire el relato. Éste es el gran reto. Más allá de la originalidad de la historia está la fascinación de la escritura, la manera personal cómo el escritor emplea la palabra para describir y relatar, para dialogar, para analizar, para ofrecer situaciones y personajes a la mirada del lector.

Sin duda es un reto apasionante y al que me he librado con la esperanza de alcanzar en algún momento el acierto que percibo en tantos y tantos escritores que admiro, y en los que, lo reconozco, busco reflejarme y me inspiro. Porque me ocurre que cuando en una lectura tropiezo con un pensamiento brillante, una frase sugerente o un giro inesperado en el relato, no puedo evitar la emoción y, a veces, la conmoción, e inmediatamente paso a sentir la necesidad de abrazar yo mismo la idea o el concepto, de acariciarlo, de saborearlo en mi pensamiento, y del pensamiento paso a la escritura. A veces, antes de ponerme a escribir leo algo de un autor que me gusta, nada, con media docena de líneas tengo bastante, y a través de la lectura absorbo la energía necesaria para emprender la tarea. Son palabras y conceptos tan bien expresados que me inspiran, me crean una zozobra interior, un ferviente deseo de emulación, que me permite vencer el temor inicial, la condenada duda que siempre me acompaña, y lanzarme a escriturar a mi manera lo que tengo en mente. Casi siempre lo que leo y lo que escribo a continuación no tienen nada que ver y el único punto en común es la perfección de la escritura, alcanzada en el autor admirado, y que yo busco con insistencia.