Reflexiones

El cine como memoria

A principios de año, en Palma, vi la película francesa Una bolsa de canicas (Un sac de billes, 2017), de Christian Duguay, basada en la novela homónima, de carácter autobiográfico, de Joseph Joffo. La novela, que fue un éxito de ventas cuando se publicó en 1975, narra las peripecias de dos hermanos judíos de diez y doce años —Maurice y Joseph— que durante la ocupación nazi de París, para salvar la vida, se ven obligados a separarse de la familia y emprender solos un largo viaje. El propósito es reunirse de nuevo todos en la zona libre, en Niza, y lo consiguen. Pero a finales de la guerra, las deportaciones masivas de judíos de los territorios ocupados por los alemanes los obligan a dispersarse de nuevo, y el periplo de los dos hermanos continúa.

El sábado pasado, en el programa “El cine de la 2” pasaron El hijo de Saúl (Saul fia, 2015), del director húngaro Lázló Nemes. Una película cruda que refleja el día a día de un Sonderkommando del campo de exterminio de Auschwitz. Los Sonderkommandos eran unidades especiales de prisioneros encargados de acompañar a los judíos que llegaban en trenes desde diferentes puntos de Europa y directamente pasaban a las cámaras de gas: los conducían, los ayudaban a desnudarse y, una vez entraban en las “duchas”, registraban sus ropas y equipajes y los retiraban; acto seguido, se ocupaban de trasladar los cadáveres a los hornos crematorios y limpiar rápidamente los rastros de sangre y excrementos que habían dejado en la agonía para recibir al siguiente grupo; en los hornos, quemaban los cuerpos y, luego, recogían las cenizas y las vertían al río o las dispersaban. Prisioneros, muchos de ellos judíos también, que a cambio de conservar la vida se convertían en los operarios de la maquinaria de exterminio diseñada por los nazis a finales de la guerra para eliminar masivamente a la población judía y a la de otras minorías.

 Ambas películas, a pesar de ser muy distintas en el planteamiento argumental y en el tratamiento del relato, reflejan dos momentos de un mismo proceso, que es la culminación aberrante del odio generado durante siglos hacia un grupo étnico-religioso. La criminalización que el Estado nazi hizo de los judíos a través de la propaganda extendió la rabia y el desprecio hacia ellos en gran parte de la población alemana, que asistió impasible a su vejación, expolio, deportación y, finalmente, exterminio.

Por eso, la criminalización que el Estado español está haciendo del independentismo catalán con la complicidad de los medios de comunicación afines, y que ha llevado a la radicalización del conflicto y ha desencadenado una corriente de animadversión popular generalizada hacia el catalanismo y los catalanes, es una acción, cuanto menos, temeraria, de una vileza impropia de un gobierno que tiene la misión de velar por la convivencia pacífica en los territorios que administra.

Deberíamos aprender de la historia que difamar al adversario con insultos y mentiras y sembrar el odio no es la forma de resolver un conflicto político-cultural, sino todo lo contrario, es un camino hacia el desencuentro y el enfrentamiento permanente, hasta el extremo de hacer posible que, en un momento dado, se desate la barbarie, como pasó en Alemania hace tan solo ochenta años.

Cada victoria de la línea represiva y autoritaria del gobierno del PP en el conflicto con Cataluña es una derrota de España en el camino del reencuentro. Porque la aplicación del desprecio y la violencia por parte del Estado aumenta el resentimiento y hace crecer la desafección de un gran número de catalanes. Vencer por la fuerza nunca es una verdadera victoria; la convivencia en armonía únicamente está asegurada con el respeto mutuo, el diálogo y el pacto. Cualquier persona inteligente lo sabe.