A propósito de un western
El sábado pasado vi por enésima vez la película Los siete magníficos; la pasaron en el espacio Western, de BTV. En este espacio, como su nombre indica, cada sábado, a las tres de la tarde, programan una película del oeste. Dada la hora de emisión, a menudo aprovecho para hacer la siesta con la tele como rumor de fondo adormecedor. Pero esta vez no me dormí.
Los siete magníficos (The Magnificent Seven) la dirigió y produjo John Sturges en el año 1960, y en los créditos de la película se reconoce su directa inspiración en el film de Akira Kurosawa, Los siete samuráis, hecha seis años antes por el director japonés. Kurosawa sitúa la acción en el Japón del siglo XVI; Sturges, en el oeste norteamericano del siglo XIX. La trama es muy sencilla:
Los pacíficos habitantes de un pequeño pueblo de Méjico cercano a la frontera con los Estados Unidos son expoliados una y otra vez de sus escasos bienes y el grano de las cosechas por un grupo de bandidos que capitanea un tal Calvera (Eli Walach), quien no duda en matar a aquel que le planta cara. Desesperados, y ante la alternativa de huir o luchar, los campesinos, sin demasiado convencimiento, mandan una delegación a comprar armas. Pero en el pueblo donde van a comprarlas tropiezan con Chris Adams (Yul Brinner), un pistolero, y le piden ayuda. A pesar de la poca paga, la situación de aquellos humildes campesinos conmueve al pistolera y decide ayudarlos. En pocas horas forma un grupo de colegas y van al pueblo con los campesinos. Y como era de esperar, tras diversas alternativas y algunas bajas, los pistoleros acaban con el malvado Calvera y sus hombres.
Al finalizar la película se me ocurrió establecer una correlación entre la trama del film y nuestro momento actual, en el que centenares de miles de personas en diferentes puntos del mundo tienen que abandonar sus hogares o pierden la vida a manos de líderes sanguinarios y sus secuaces. El caso del pueblo sirio, masacrado por una guerra civil sangrienta y despiadada, es la muestra más reciente del estado de violencia en que aún vivimos los humanos. Y uno no puede evitar pensar en los siete magníficos, una fuerza pacificadora encargada de poner orden allí donde no hay y el abuso y la barbarie imperan. Con esta idea fue creada la Organización de las Naciones Unidas, un fórum internacional para debatir los conflictos antes de que se produjesen y evitarlos o para detenerlos cuando se desencadenan. Pero, ¿qué hace la ONU para detener la crisis humana de Siria, y la de Somalia, y la del Sudán, y la del Baluchistán, y la del Afganistán, y la del Tíbet, y la del Kurdistán…? ¿Por qué las personas, todas las personas, no pueden vivir en paz y libertad? ¿Por qué a tantos y tantos se les niega el derecho a una vida pacífica y tranquila porque los codiciosos, los violentos y los fanáticos imponen su ley?
Ya sé que son preguntas sin respuesta. O con una respuesta tan compleja que hace como si no la tuviesen, en la que se mezclan consideraciones de todo orden: genéticas, históricas, sociológicas, económicas, psiquiátricas, filosóficas… Pero son preguntas que no podemos evitar plantearnos algunos cuando vemos el drama humano que viven millones de personas. Entonces nos decimos: ¿dónde están los magníficos?
Pero la realidad no es una película, y en la realidad los magníficos se hacen el remolón y no se animan a ayudar a nadie hasta que no les tocan sus intereses. Quizás ahora, con centenares de miles de refugiados asediando Europa y centenares de miles más esperando llegar a ella, los magníficos consideren que es preciso hacer algo más que mirárselo desde la distancia y pensar fórmulas de acogida para los desesperados.
(Fotos bajadas de Internet)