Reflexiones

El land art o la satisfacción de ser un artista simplemente paseando por el Tibidabo

El domingo pasado Fèlix y yo estuvimos caminando por el Moianès. Las lluvias de estos días  habían empapado los caminos y las botas se pegaban en el lodo. A mí, y supongo que a él también, el chip chap me fastidiaba. Pero si llego a saber, como sé ahora, que caminando por aquellas pistas mojadas, donde quedaban nuestras huellas impresas, estábamos realizando un acto de creación artística, me lo habría tomado de otra forma e incluso, quizás, me habría recreado en ello.

Que caminar puede ser una práctica estética lo acabo de descubrir gracias a un amigo del que no sabía nada desde hacía más de cuarenta años. Pere. Cuando el domingo llegué a casa del valle de Marfà, me encontré un correo suyo en el que me preguntaba si era quien se pensaba que era, y si lo era, que le contestase. Y como sí que lo era, le contesté. En breves momentos, vía Internet, nos pusimos al corriente, a grandes rasgos, de nuestras vidas durante estos más de cuarenta años de silencio. Él es artista plástico, doctor en Bellas Artes y compositor e intérprete musical. Nos conocimos cuando a los dos nos interesaba el cine y con unos amigos hicimos dos cortometrajes en 35 mm, que se pasaron en los cines llamados entonces “de arte y ensayo”. Todos éramos muy jóvenes y desbordábamos creatividad.

Hoy he entrado en su web y entonces he descubierto el land art, un tipo de arte contemporáneo que considera la naturaleza como la materia de creación y tu incidencia en ella, la obra creativa en sí misma. Esta obra puede tomar una forma concreta, como pintar un tronco de amarillo o amontonar unas piedras, o reducirse simplemente al acto de tu tránsito por el paisaje. De manera que esta mañana acabo de descubrir que, además de un modesto escritor, soy un artista plástico con una vasta obra en el campo del land art, y que mis amigos Fèlix y Natxo, que llevan muchos más kilómetros que yo en las botas, son unos verdaderos genios.

Cuando salgamos juntos de nuevo se lo contaré. Seguramente les llenará de satisfacción saber que con sus caminatas no tan solo han estado disfrutando del descubrimiento de un territorio, sino que han creado una extensa obra artística. Además, Natxo, aficionado a poner mojones allí por donde pasa o a reconstruirlos, no tan solo tiene una obra efímera a nivel de tránsito por el paisaje, sino que ha ido dejando sobre el terreno valiosas piezas, tanto desde el punto de vista práctico como creativo.

Y ahora que lo pienso, yo, que soy el fotógrafo del grupo, con mis fotografías de ellos dos transitando por la montaña estoy contribuyendo, documentándolas, a la pervivencia de sus obras efímeras de land art y los acredito como prolíficos artistas de esta rama del arte conceptual.

Mi amigo Fèlix en plena acción creativa por el Moianès

Hasta aquí la broma, que no quiere desmerecer ni la originalidad del planteamiento ni la capacidad creativa de los artistas que se han comprometido seriamente en la práctica del land art, pero que se me hace difícil de evitar cuando, a base de apurar el concepto de “conceptualidad”, tan ligado al arte contemporáneo, se llega a planteamientos absurdos y a resultados más que cuestionables.

Por ejemplo, desde hace unos años he observado que se ha puesto de moda amontonar piedras y cantos rodados imitando algunas esculturas de Richard Long y Andy Goldsworthy.  En Cataluña lo he visto en el Cap de Creus, y en Mallorca, en el Cap de ses Salines, en la playa de Son Bauló y en la parte baja de la Coma de s’Egua (Alcúdia). Y seguro que hay muchos más lugares que reciben este impacto creativo humano. Es como un juego infantil de arquitecturas realizado con la voluntad de dejar rastro de la presencia del autor en un lugar, una especie de pervivencia a través de una acción concreta en el paisaje, que llena de satisfacción al improvisado artista. Centenares de montones de piedras, uno aquí, el otro allá, que distorsionan la grandeza del paisaje natural y componen un vasto monumento a la estupidez. A mí, que me gusta la naturaleza en su estado más puro, estas manifestaciones populares y masivas de land art me disgustan, y me convierto en un talibán que destruye aquello que otros han construido en un intento de borrar su paso vanidoso por aquel lugar y restituirle la identidad geomorfológica. Pero es un intento inútil; son muchos los constructores anónimos y yo solo uno. Y siempre desisto, confiando que la naturaleza sabrá desprenderse sola de este maquillaje humano que le ensucia el rostro.

Amontonamientos de piedras en el Cap de ses Salines; al fondo, la isla de Cabrera