El difícil trance de la adolescencia
La adolescencia es quizás la etapa más difícil en la vida de una persona, al menos para mí lo fue. Porque, además de asistir pasivamente al despertar de la sexualidad, que te revoluciona por dentro, tienes que hacer frente a la transformación física de tu cuerpo de niño/a hacia una conformación nueva que, muy a menudo, no toma el camino que querrías que tomase, y has de acostúmbrate. “¿Éste soy yo?”, te preguntas una y otra vez ante el espejo con ojos críticos, y si lo que ves no te gusta, te invade el desconcierto y la preocupación. Es un proceso largo que dura algunos años, desde los doce o trece hasta los dieciocho o diecinueve, en el que tienes que ir haciéndote a la idea de quién eres y quién no serás nunca. Y al final del recorrido llega el momento de tenerse que aceptar; la crisálida ya ha culminado su ciclo, y el cuerpo que ves reflejado en el espejo es el tuyo para siempre y con el que tendrás que caminar por la vida te guste o no. Es un momento propenso a las crisis y depresiones, que tampoco sabes bien por qué se producen, y que te trastornan profundamente.
En esta primera juventud, además de tener que hacer el esfuerzo psicológico de aceptar tu cuerpo tal y como es, ves que llega el momento de inserirte en el mundo de los adultos y que, en las condiciones en que te encuentras, inseguro, desconcertado y vulnerable, no te sientes capaz de lograr. Y te asustas. Para acabarlo de rematar, tú no eres en absoluto consciente de este proceso, tan solo sufres las consecuencias, y reaccionas abandonándote a la dinámica del grupo, si es que formas parte de alguno, o cerrándote en un aislamiento melancólico y enfermizo, que te lanza a manos del psiquiatra.
Yo derivé hacia esta segunda opción y tardé varios años en superar el shock que significó el proceso de transformación de niño a hombre. Durante estos años fue cuando se configuró a través de descubrimientos, lecturas y amistades la persona que soy ahora. Es el momento en que el arte y la cultura pasan a desempeñar un papel fundamental en mi vida y, a través de ellos, encuentro sentido a una existencia que, en algún momento, había pensado que no tenía ninguno y que, quizás, no era necesario seguir con la experiencia. Tuve la fortuna de descubrir la capacidad terapéutica de la creación y me lancé a ella. Leía y escribía, y me evadía de una realidad que me perturbaba para buscar refugio en otra realidad propia, construida a base de ilusiones y ensueños. Esto me salvó. Poco a poco fui abandonando el agujero negro que me absorbía y fui emergiendo con la ayuda de un grupo de amigos tan interesados como yo en la creación artística, en concreto, en el cine. En ellos encontré la afirmación y la consideración que necesitaba, fui adquiriendo confianza en mí mismo y pude tomar las primeras decisiones importantes cara a mi futuro. A través de ellos me acepté y empecé a vislumbrar que vivir se puede convertir en una experiencia maravillosa si eres capaz de encontrar tu camino.
Ahora, en la distancia, y a causa del proceso doloroso que está sufriendo la hija de un buen amigo mío, a quien le está costando irrumpir en la vida tanto o más que a mí, me doy cuenta de cuán importante es este tránsito y cómo de importantes son las decisiones que tomas y las actitudes que adoptas en este momento. Y se da la circunstancia que ella también ha elegido la creación, y en concreto el cine, como camino hacia la consolidación. Ojalá tenga la suerte y el acierto de saber generar pasión, olvidarse de las rémoras y frustraciones de la adolescencia, y construirse una vida propia, plena y satisfactoria a través de entregarse a una labor en la que se sienta identificada.
De hecho, vivir es tan absurdo como ya me imaginaba a los dieciocho años, y hace falta saber generar una obsesión para darle un sentido que te permita transitar por el mundo sin pensar en ello. Y es tan delgado el hilo que separa la obsesión personal de la lucidez autodestructiva que es preciso ponerse un objetivo cuanto más dificultoso mejor, que alargue la lucha por alcanzarlo hasta el final.