Del aéreo Penyal des Migdia a la hondonada de Clot de Déu
He cambiado de año en Mallorca discretamente recluido en Son Bauló con Isabel. En Nochevieja escogí los granos de uva demasiado grandes y no me los pude tragar al ritmo de las campanadas; casi tardé cinco minutos más de la cuenta. Creo que muy pocas veces lo he logrado, y cuando lo he hecho, ha sido a base de embuchármelos y acabar con las mejillas hinchadas como un hámster. Pero así no vale. Los granos de uva te los has de tragar al ritmo del badajo. Mi padre era impecable en la ejecución de este ritual, incluso se permitía el lujo de actuar con parsimonia, marcando el movimiento de llevarse el grano a la boca con la solemnidad que requiere el momento. Al principio, yo no me creía que se los había tragado y le hacía abrir la boca para ver si tenía los granos escondidos. Pero no, los había ido engullendo rítmicamente uno por uno, y cuando aún no se había apagado el eco de la última campanada, ya podría haber empezado de nuevo. “De mayor también podré hacerlo”, pensaba yo. Pero no, no lo puedo hacer, no he heredado esta habilidad de mi padre.
Estos días hemos hecho dos caminatas por la Serra de Tramuntana que me han proporcionado una visión magnífica de sus dos rasgos principales: su altura espectacular junto al mar y el modelado cárstico de su roquedo.
El 27 de diciembre, justo el día siguiente de mi llegada a la isla, Pep y Elisenda nos llevaron a la estrecha línea de cumbres que va del Penyal del Migdia (1.356 m) al Puig Major (1.436 m). Subimos por la Coma de n’Arbona. El camino se coge en el km 38,6 de la carretera M-10, justo pasar el puentecito que supera el surco del torrente des Racó, a la izquierda. Eso si vienes de Sóller. Si vienes de Lluc, te lo encuentras a la derecha, unos 800 m después de salir del túnel que atraviesa la sierra de Son Torrella, tras haber pasado por la base militar. La caminata no es larga ―unos 5 km entre ir y volver―, pero sí muy empinada, especialmente en la ascensión a la cumbre desde la carretera al Puig Major, que has de acabar trepando. El desnivel no llega a 600 m, pero los 200 últimos son duros. Durante la primera parte del camino, que sube describiendo eses, te encuentras dos neveros de grandes dimensiones ―cases de neu, las llaman en Mallorca―, y cuando alcanzas el collado, el panorama es espléndido, con el Puig Major a la izquierda, el valle de Cúber y el Puig de Massanella (1.365 m) a la derecha. Pero la apoteosis final tiene lugar cuando coronas los 1.398 m del punto más alto de la línea de cumbres y tienes toda la isla delante de ti y el azul inmenso del mar Mediterráneo a tu espalda.
El 3 de enero estrenamos el 2016 con la caminata a Clot de Déu. Aquí el atractivo no son las vistas dilatadas sino los rincones sombríos y abruptos del Rellar de Son Marc. Rellar es un término local mallorquín con el que se denomina un área de modelado cárstico con lapiaces y dolinas. Con el agua de la lluvia, la roca carbonatada reacciona y se disuelve, y es capaz de modelar paisajes espectaculares, con rocas profundamente acanaladas y fracturadas en grandes bloques de equilibrios imposibles. Esto es lo que se ve yendo hacia Clot de Déu.
Rincones umbríos y fantasmagóricos, poblados de encinas y matorrales que enraízan en las fisuras de la roca y forman rodales en los rellanos en los que se ha acumulado la arcilla que la roca ha liberado al disolverse. La hondonada de Clot de Déu es uno de estos rellanos, en este caso amplio y circular ―dolina es el nombre técnico―, rodeado de un roquedo abrupto, en cuyo fondo, en algún momento del pasado, alguien construyó una casa y cultivó. Un antiguo canal colmatado, cercas de piedra seca y pequeños bancales son testimonio de la actividad de la gente esforzada que vivió en este remoto rincón de mundo y lo hicieron producir. Hoy la casa está en ruinas y la única actividad de la que hay rastro es la de los cazadores y excursionistas.
El paraje se encuentra en la cabecera de la Vall d’en Marc, al pie del Tomir. Una manera de llegar a él es tomar por la pista que, viniendo de Pollença, sale de la carretera Ma-10 por la izquierda, a la altura del Km 5,3 ―antiguo camino de Pollença a Lluc, por donde ahora circula el GR-221― y, tras recorrer unos 2 km, dejar el coche justo a la entrada del Cal Melcion. Aquí se toma un camino a la derecha que nos conduce al torrente, que debemos reseguir y cruzar al llegar a una verja metálica, y continuar por el otro lado siguiendo la traza y los hitos que, de tanto en tanto, nos orientan. Durante el recorrido, que Tomeu supo encontrar a pesar de ser bastante intrincado, se puede ver un horno de cal y varias eras para hacer carbón, dos de los aprovechamientos tradicionales de la Serra de Tramuntana. De hecho, buena parte del sendero que seguimos para alcanzar Clot de Déu era el camino de herradura que payeses y carboneros hacían servir para acceder al lugar. Algún corto tramo aún conserva rastros del empedrado. Pero desgraciadamente está muy maltrecho y es difícil de ver. El día gris que nos hizo contribuyó a acentuar la atmosfera de soledad y misterio que envuelve el paraje y que despierta la imaginación. Aproveché un breve claro para fotografiar con sol la abrupta pared de piedra que cierra la hondonada por el norte y que se supera por el Coll des Moixarrins, en donde hay los restos de una antigua fortificación. Pero nosotros no fuimos. Nos queda pendiente.