Desafiando el frío que nos ha caído encima, domingo, Natxo, Fèlix y yo fuimos a la Serra d’Ancosa, y como es de ley cuando salgo con ellos, tuve que pegar un buen madrugón. Me pasaron a buscar a las 6,30 h, que para ellos ya era damasiado tarde, y nos dirigimos hacia el pueblo de la Llacuna, en el extremo meridional de la comarca del Anoia. La Serra d’Ancosa es una elevación modesta dentro de la Serralada Prelitoral que separa los valles de Miralles y de la Llacuna de las tierras deprimidas del Penedès. En sentido estricto, la elevación máxima es el Puig Castellar (944 m), pero si alargamos los límites geográficos hacia el sudoeste, entonces el punto más alto es Montagut (983 m), en el Alt Penedès.
A las 7,45 h dejamos el coche a un kilómetro de la Llacuna, junto a la carretera BP-2121, nada más superar el Coll de la Creu del Pla, y empezamos a caminar con la primera luz del alba. Como se trata de hacer una matinal y no alcanzaremos grandes cotas ni haremos un recorrido de aquellos infinitos que se despachan un mapa de la Alpina de una tacada, Natxo ha establecido una serie de objetivos —él los llama “alicientes”— a fin de orientar nuestros pasos con sentido.
El primer aliciente es el poblado ibérico del Puig Castellar, al cual llegamos con el primer sol de la mañana. Se trata de un pequeño poblado de escaso atractivo para el profano, en la vertiente oriental de la montaña y que no debemos confundir con el más importante y vistoso poblado ibérico del Puig Castellar, de Santa Coloma de Gramenet.
El segundo aliciente está muy cerca, se trata de subir al Puig Castellar y contemplar el panorama desde allí arriba. Como el día es claro, vemos desde el Pirineo, al norte, muy nevado, hasta la silueta de Els Ports, al sur, con toda la serie de montañas destacadas en medio; el país de punta a punta. Como hace algo de viento y la sensación de frío es intensa, no estamos mucho tiempo, lo justo para hacer un par de fotografías.
Descendemos de la cumbre y entramos en el Pla d’Ancosa, una pequeña superficie llana a 700 m de altitud, en donde se ha labrado un relieve cárstico sobre calizas grises, llamadas también calizas fétidas porque, según parece, desprenden olor a huevos podridos cuando se rompen. Yo nunca lo he comprobado, ni cuando hice aquel curso de geología hace un montón de años. Las calizas grises se formaron en un mar cerrado y en calma por acumulación de materia orgánica y posterior putrefacción dentro de lodos calcáreos y el gas sulfhídrico que se desprende del proceso quedó aprisionado; por eso cuando se rompen, se escapa con su olor característica. Curioso, ¿verdad? El tercer aliciente está relacionado con la erosión cárstica, ya que se trata del Avenc de la Plana d’Ancosa, una sima que tiene 25 m de profundidad y que da acceso a una cavidad bastante grande, de unos 50 m de recorrido. Nosotros nos limitamos a mirar por el agujero y seguimos.
El cuarto aliciente es el roble de Ancosa, un roble monumental protagonista de una superstición sanadora y a cuyos pies desayunamos cara al sol para calentarnos. Estamos bajo cero, y la prueba es la superficie helada de una charca que nos encontramos en junto al camino.
A unos cinco minutos del roble está el Convent d’Ancosa, una antigua explotación agraria dependiente del monasterio de Santes Creus, ahora abandonada, y los restos de una granja medieval del siglo XII donada por los condes de Barcelona a los monjes cistercienses de Valldaura con la intención de que fundasen un monasterio. Pero la escasez de agua y la pobreza del terreno superaron el espíritu de sacrificio de los monjes, que abandonaron el lugar al cabo de tres años para instalarse en el paraje mucho más acogedor de Santes Creus. Éste era el quinto aliciente. El sexto también está relacionado con el anterior; se trata de un pozo medieval que hay a unos cien metros del conjunto de estas edificaciones ruinosas.
El séptimo aliciente consistía en descender al valle de Miralles siguiendo el curso encajado del Torrent de l’Hort Xic, en el que se localiza un pequeño robledal que se alarga siguiendo la brecha que ha abierto el agua en las calizas grises, hasta llegar a Valldeserves y sus viñas.
Para cerrar el círculo y regresar a donde tenemos el coche, ascendemos por una pista que corre a los pies de los Cingles d’Ancosa y nos situamos en el Salt del Gos —octavo aliciente—, desde donde admiramos una estupenda vista del valle de Miralles y de las sierras que lo delimitan por poniente en este punto. A las 12,45 h llegamos al coche la mar de satisfechos por tantos alicientes alcanzados y nos acercamos a la Llacuna a tomarnos la cerveza de rigor.