De Puente Ra a Cebollera
Un año más, por la segunda Pascua, Natxo, Fèlix y yo hemos salido varios días a hacer senderismo. Esta vez se ha añadido Jose, un amigo de Natxo. El lugar elegido ha sido la parte más occidental del Sistema Ibérico, que comprende los macizos de Sierra Cebollera, Picos de Urbión y Sierra de la Demanda, extendidos por La Rioja y las provincias de Soria y Burgos. La previsión meteorológica no era buena y se ha confirmado con un par de tormentas soportadas a cielo abierto y una tercera, dentro del coche, con una granizada tan intensa que nos obligó a detenernos a un lado de la carretera porque los limpiaparabrisas no daban abasto.
Salimos de Barcelona el jueves por la tarde y, tras hacer noche en Alagón, llegamos a Puente Ra, el punto de partida, el viernes alrededor de la 11 h. Antes nos habíamos detenido en Pradillo a comprar pan, un pan denso, de miga prieta, que nos duró los cinco días del viaje. La panadera ya nos advirtió que nos mojaríamos, pero nosotros, optimistas ante una mañana tan soleada, confiábamos hacer los 900 metros de desnivel entre Puente Ra y Cebollera antes de que empezase a llover. Y nos equivocamos.
Para acceder al área recreativa de Puente Ra (1.201 m), dentro del Parque Natural de Cebollera, es preciso llegar a Villoslada de Cameros y, a la salida del pueblo, tomar una pista asfaltada que sale a la izquierda y seguir, primero el curso del Iregua y, después, el del arroyo de Puente Ra. La pista asfaltada enlaza con una sin asfaltar que remonta el riachuelo. Es la llamada Ruta de las Cascadas, ya que desde ella se ven una serie de saltos de agua y se puede acceder a los más vistosos. Desde el área recreativa, la Ruta de las Cascadas es un recorrido corto y entretenido, del todo recomendable. Nosotros, pensando en lo que nos esperaba si nos entreteníamos, lo hicimos a buen ritmo, sin distraernos demasiado en admirar el agua serpenteando entre las rocas y dando saltos de varios metros.
Para ascender a la cumbre de Sierra Cebollera, cuando se acaba la pista debemos seguir arroyo arriba por un sendero señalado con hitos que nos conducirá hasta otra pista que viene del valle vecino del Iregua. Estamos ya a unos 1.750 m. Tenemos que tomar la pista a la izquierda durante unos trescientos metros y después de una curva por la que corre el agua, y donde nos refrescamos y llenamos las cantimploras, coger un camino pedregoso que sale a la derecha en un ángulo muy cerrado y que sube sin contemplaciones. Al alcanzar unos prados con árboles debemos estar atentos a los hitos para enlazar con otra traza bien marcada que nos conducirá a la línea de cumbres y desde allí, al vértice geodésico que indica el punto más elevado de Cebollera, 2.141 m.
Cuando llegamos todavía brillaba el sol, pero en la lejanía, el macizo vecino de los Picos de Urbión estaba cubierto por nubes densas que no auguraban nada bueno. Mientras comíamos un poco, sentimos tronar y vimos caer los primeros rayos. Engullimos deprisa el pan de Pradillo, el queso y la longaniza, recogimos las cosas y nos lanzamos montaña abajo con la esperanza de llegar al coche antes de que la tormenta que se acercaba nos alcanzase.
Pero no; en los prados arbolados empezó a llover. Unas gotas grandes y frías, preludio de lo que vendría. Nos pusimos los impermeables y continuamos. Y al cabo de diez minutos ya teníamos encima la tormenta, que vertió con furia agua y granizo sobre nosotros. Encapuchados y con la mirada fija en el camino vigilando dónde poníamos los pies, veíamos el reflejo súbito de los relámpagos y oíamos el retumbar de los truenos. ¡Impresionante! ¡Suerte que no nos ha pillado en la cumbre!, me repetía para consolarme.
El agua y el granizo se fueron alternando sin interrupción durante la hora y media larga que tardamos en llegar al coche con los bajos de los pantalones y los calcetines calados. Todos lo sabemos: además del impermeable hay que llevar las polainas en la mochila; pero nadie las llevaba. Sin ánimo para cambiarnos el calzado bajo aquel temporal, embutimos los impermeables en el maletero y partimos hacia Montenegro de Cameros, donde íbamos a pasar la noche. Afortunadamente, a pesar de que el pueblo está casi abandonado, la Posada Real La Almazuela resultó ser un lugar acogedor y confortable; de modo que pudimos reponernos de la mojadura con una buena ducha caliente y una cena exquisita, regada con una botella de Viridiana, un vino joven con crianza de la Ribera de Duero que terminó de secarnos.