Este puente del 1 de mayo estuve en Sant Llorenç de Morunys con Isabel y, a pesar del mal tiempo, pudimos caminar por sus alrededores, que son de una magnificencia sorprendente al conjugarse y hacerse visibles una serie de procesos tectónicos y geomorfológicos relacionados con la formación de los Pirineos.
El conjunto más singular y que atrae a geólogos de todo el mundo por la claridad con que se muestra el resultado del proceso geológico que ha tenido lugar es el que forman las sierras dels Bastets y de Busa, y que desde el mirador del cementerio de Sant Llorenç se puede observar leyendo un plafón explicativo. (La foto, sin embargo, no está hecha desde el cementerio, sino desde la carretera que sube a Coll de Jou). Lo que ves más allá del pueblo, al otro lado del pantano de la Llosa del Cavall, son dos potentes masas de conglomerados; la una, la de la Serra dels Bastets, dispuesta en capas casi verticales, y la otra, la de Busa, más elevada, en disposición horizontal, con una leve deformación cóncava. La explicación es, como en la mayoría de procesos relacionados con la formación del relieve, compleja y conecta la génesis tectónica que lentamente levanta los Pirineos allí donde había una cuenca sedimentaria con depósitos de conglomerados y el ciclo erosivo que se inicia en las tierras emergidas y que acumula nuevas capas de conglomerados en la cuenca de antepaís, que acabará desapareciendo. De modo que, mientras los conglomerados más antiguos van replegándose a causa de las presiones tectónicas, por encima, los más modernos tan solo son ligeramente deformados. Posteriormente, el hundimiento de la red fluvial pone al descubierto esta discordancia progresiva, que es como el geólogo Oriol Riba bautizó el fenómeno en el año 1973, al describirlo.
Todo esto lo cuento, previa documentación, porque Isabel, mientras admirábamos el espléndido paisaje que se extendía ante nosotros desde el mirador de la Creu del Capolat, en la cumbre de la sierra de Busa, me preguntó cómo era posible un relieve tan magnífico, y yo, que por mi formación de geógrafo debería de haberselo sabido explicar, no supe qué decirle. Y no es que me tomase el paso por la universidad a la bartola, sino que los estudios de geografía son unos estudios interdisciplinarios que me proporcionaron los elementos básicos para saber interpretar un paisaje sin entrar en consideraciones más profundas, que quedaban reservadas a disciplinas más específicas como la geología, la botánica, la meteorología, la demografía, la historia o la antropologia. Es decir, un geógrafo sabe un poco de todo, pero nada en profundidad, al menos en mi caso.
A parte de su singularidad geomorfológica, la sierra de Busa es un destino atractivo para el caminante, ya que el paraje conjuga el encanto bucólico de los prados de montaña, cubiertos de flores en primavera, las panorámicas espectaculares desde el borde de los riscos y el aliciente deportivo de senderos que circulan por encinares y bosques de robles y de hayas en las zonas más umbrías. Varias masías repartidas por el llano, algunas ya abandonadas, humanizan un paisaje de contrastes, al que se puede acceder por carretera desde la C-26, de Solsona a Berga (desviándonos a la altura del km 114,2, entre Olius y Navès) o per la pista que lleva al Coll d’Arques desde la carretera C-462, de Solsona a Sant Llorenç de Morunys, a la altura del km 18,5. Como estábamos en Sant Llorenç, en un primer momento intentamos subir por la pista de coll d’Arques, pero nos encontramos con que un corrimiento de tierras a causa de las lluvias la había cortado y tuvimos que volver atrás. Incidentes de montaña.
Lo único a lamentar de nuestra visita al Pla de Busa es haber constatado la lenta agonía del pino albar a causa del cambio climático y que está dejando el paisaje de amplias zonas del Prepirineo sembrado de árboles muertos o depauperados, con el ramaje ceniciento desnudo de hojas y con bolsas de procesionaria acabándolos de rematar.