Del santuario de Corbera al Pedró por las umbrías de Noucomes, de Peguera y de les Sequeres, y descenso por el PR C-37
Este fin de semana hemos tenido suerte y nos ha hecho un día nítido y soleado que nos ha permitido contemplar las grandes panorámicas que se ven desde lo alto de los Rasos de Peguera. No como el anterior, que nos paseamos por el Cabrerès en medio de una niebla tan espesa que apenas veíamos más allá de cincuenta metros. Y, la verdad, no tuvo mucha gracia salvo por la comida que hicimos en Can Puntí, en Cantonigros.
Esta vez hemos salido Natxo y yo solos; Fèlix se ha quedado en casa, y lo hemos echado de menos. Salir a caminar uno solo es aburridote; solo puedes dialogar con el paisaje. Dos, ya está mejor; tienes a alguien con quien conversar. Pero tres encuentro que es el ideal; las posibilidades de observaciones diversas y de bromear aumentan sin perder la sensación de intimidad con el entorno. En cambio cuatro quizás ya sean demasiados, sobre todo si el cuarto es alguien que no para de charlar como nos pasó una vez. Y veinticinco, como me ha dicho Isabel que habían ido a caminar por la sierra de Tramuntana, ya es toda una romería. Cuando la salida es de parejas, es distinto, porque la pareja puede considerarse una unidad. Pero entonces el ideal pasa a ser dos, a pesar de que una y tres tampoco no está mal. Cuatro, como antes, creo que ya resulta excesivo, porque en el caso de las parejas, cuatro son ocho, y entre ocho personas las posibilidades de que haya un charlatán o una charlatana, aumentan.
Los Rasos de Peguera son la más meridional de las sierras que, junto con las del Verd y d’Ensija, constituyen parte de un gran anticlinal que ha resbalado hacia el sur a causa del abombamiento del Pirineo durante el plegamiento alpino. Los materiales son mayormente calcáreos, como en todo el Prepirineo central catalán, y la vegetación que encontramos fue bosques de pino silvestre, hayedos, en la umbría, y manchas de bosque de pino negro y prados, en las cumbres.
Dejamos el coche en el santuario de la Mare de Déu de Corbera (1.418 m) y empezamos a caminar a la 9 h. Avanzando por la pista enlazamos con el GR-107, que va del santuario de Queralt a Montsegur, en Francia. Este GR, conocido como el Camí dels Bons Homes, evoca el camino hacia el exilio de los cátaros occitanos huyendo de la cruzada que lanzó contra ellos el Papa Inocencio III a principios del siglo XIII. Nosotros lo seguimos durante medio quilómetro y nos desviamos a la izquierda para ir al Pla de l’Estany. Esta ligera hondonada suspendida a 1.500 m había sido un estanque, que Natxo y yo suponemos de origen càrstico. Una pequeña acumulación de agua en la parte más baja está helada.
Contorneamos la hondonada por la derecha y penetramos en un bosque de pino silvestre bastante limpio. Cuando acaba la pista seguimos por un sendero bien marcado que, sin perder altura, nos introduce en el valle del río Peguera. Hemos penetrado en el dominio del hayedo y el suelo está alfombrado de hojarasca. Caminamos cómodamente por este sendero durante unos tres kilómetros y lo dejamos para tomar otro menos marcado que asciende ―un indicador de madera pone: Les Marradetes. Superamos por alto una cornisa rocosa y empezamos a descender por un sendero estrecho y pendiente haciendo eses ―les Marradetes― hasta enlazar con el Camí dels Planos, antiguo trazado del tren de vagonetas que llevaba del carbón de las minas de Peguera a Cercs, y por donde pasa el GR-107. Lo seguimos hasta encontrar un anacrónico portal de ladrillo que da entrada al antiguo recinto minero de Peguera. Dejamos el GR y pasamos bajo el portal, y siguiendo unas señales amarillas transitamos por el recinto minero ―vemos la mina Eureka y las ruinas de varias casas y de lo que fue la cantina― hasta llegar al oratorio de Sant Miquel de Peguera y el poblado abandonado de Peguera (1.630 m). Aquí almorzamos y tomamos el sol. Son las 11 h.
Desde la pista que pasa por delante del oratorio y el cementerio tomamos por los prados en dirección sudoeste hasta encontrar un sendero que, entre pinos, nos conduce a un pequeño collado junto a un espolón rocoso ― el Cap de la Serra (1.735 m)―, en donde enlazamos con el PR C-73 (y que deberíamos de seguir hasta la Creu del Cabrer y la estación de esquí de los Rasos de Peguera si no fuese que a Natxo le gusta complicarse la vida). A los cincuenta metros dejamos el PR por la derecha y tomamos una pista que sube suavemente. Al primer recodo la abandonamos para subir monte arriba siguiendo las trazas inciertas y erráticas de las vacas hasta la estación de esquí abandonada. Y por la derecha del remonte llegamos a los rasos más elevados y al Pedró (2.051 m).
Durante la ascensión ante nosotros se ha desplegado una buena parte del Prepirineo central catalán, con las sierras del Port del Compte, del verd y d’Ensija, por detrás de las que sobresalen las del Cadí y Moixeró, la Tosa y el Puigllançada y, más allá, el macizo axial del Puigmal. Hacia el sur, el panorama lo forman los picachos rocosos y los pinares de las vertientes de los Rasos, las crestas recortadas de las sierras de la Tossa y de Queralt, la llanura neblinosa del Baix Beguedà y un parapentista que se acaba de lanzar al vacío. En el horizonte, los perfiles azulados de las montañas prelitorales.
Descendemos por el PR C-73 hasta el santuario de Corbera, adonde llegamos a las 14,30 h. Cogemos el coche y por la pista de Campllong y Sant Serni enlazamos con la carretera de Sant Llorenç de Morunys y nos detenemos a comer en La Cantina de Llinars, en donde nos sirven unos guisantes negros salteados, de primero, y unas albóndigas con hongos, de segundo. Lástima que el vino no está a la altura de los platos.