Por el Pirineo central

Desde hace unos años, por la segunda Pascua, Natxo, Fèlix y yo salimos a caminar tres o cuatro días. Este año hemos ido a la parte central del Pirineo, entre Navarra y Aragón. Nos ha hecho días buenos, pero con fuerte viento, y en algunas ocasiones también hemos encontrado más nieve de la que nos esperábamos. En total han sido cuatro caminatas que nos han permitido admirar las partes altas de los valles de Aspe, Salazar, Ansó y Rocal, con grandes bosques de pino albar, robles, hayas y abetos, y con extensos prados y praderas, tanto en el fondo de los valles, como en los rellanos y en la parte alta de las montañas, donde pastan los rebaños. Únicamente las crestas y las cumbres más elevadas son dominio de la roca desnuda.

4. El Kartxela

Con 1.979 m, el Kartxela es el más modesto de nuestros objetivos. Sin embargo, una vez en la cumbre resulta un mirador extraordinario, desde donde podemos ver el Ori, el Anie, la Mesa de los Tres Reyes y los montes y valles que se disponen a su alrededor. Y es que el contrafuerte pirenaico que preside el Kartxela se proyecta hacia el sur dominando los valles navarros de Belagua y Minxate. El Kartxela tiene una ascensión corta desde el refugio de Lutoa, pero nosotros elegimos subir desde el fondo del valle de Belagua.

En el punto de partida el altímetro indica 892 m, por tanto tenemos por delante una ascensión de más de mil metros que nos ocupará toda la mañana. Son la 9 h, y como queremos bajar a comer en la Venta de Juan Pito no podemos entretenernos demasiado. Tomamos un sendero señalizado en el mapa como CR (camino real) que inicialmente transita por prados y que nos conduce hasta el dolmen de Arrako, que ayer no llegué a ver. Un poco más allá del dolmen está la ermita que le da nombre. Pero como vamos con prisa pasamos de largo. Ya nos acercaremos a ella de vuelta, si hay tiempo.

Superado el tramo de prados, el sendero se interna por un hayedo y va a salir a la carretera, a la altura de la Venta de Juan Pito, que está cerrada. Tendremos que buscar otra alternativa para comer. De momento nos olvidamos de ello y seguimos subiendo por el hayedo hasta alcanzar los prados altos. A partir de este momento el sendero asciende más suavemente y flanquea el barranco de Arrakogoiti por la derecha hasta el collado del mismo nombre. El espolón pétreo que preside el Kartxela ya es visible. Este año el piorno ha florecido antes y sus matas floridas cubren las vertientes con su amarillo intenso.

Hace viento, aunque no tanto como los días anteriores, y las nubes desfilan a gran velocidad. Las previsiones eran de lluvia y llevamos las capelinas en la mochila. Llegamos al collado de Arrakogoiti (1.416 m) a las 10,30 h y enlazamos con el GR-12. Bromeo con la anécdota de ayer. Y es que desde el refugio de Belagua, adonde llegaron, hasta aquí tan solo hay media hora de flanqueo. Si se descuidan hacen la Mesa y el Kartxela de una tacada.

El GR-12 nos conduce en 30 minutos al collado de Gimbeleta, donde comemos algo. El collado está a 1.815 m, de modo que solo nos queda poco más de 150 m para llegar a la cumbre. La verdad es que me sorprende lo bien que me encuentro. La friega de crema antiinflamatoria que me hice anoche en el tobillo ha hecho efecto y la molestia ha desaparecido casi del todo. Necesitaba descansar. O es que después de tres mil metros en tres días, le estoy pillando el gusto. No lo sé, pero hemos subido como si nos persiguiese el diablo. Casi mil metros en dos horas. No está mal a nuestra edad, que ninguno de los tres es un jovencito, especialmente yo, que voy disparado hacia los setenta. Y pienso que estoy haciendo ahora, a los sesenta años, lo que no hice a los treinta. ¿Por qué? ¿Qué pasó entonces? El trabajo, el hijo, las mujeres…, y yo, yo tampoco estaba como estoy ahora. Me faltaba serenidad, sosiego, solidez, conformidad, convencimiento, quería ser y eso me preocupaba demasiado porque no sabía cómo hacerlo. El tiempo, y quizás el acierto de cambiar de trabajo, de dejar el cine y ponerme a escribir lo han hecho. No lo sé, sea lo que sea, ahora me siento mucho mejor que a los treinta años, y no tengo sensación alguna de pérdida, al contrario, pienso que he ganado en valor y en valores.

Mis compañeros me golpean la espalda, tan satisfechos como yo, y me alientan a seguir. “Venga, que ya casi estamos arriba”, dice Natxo, y pasa delante. Lo que resta de ascensión es más atlético. El sendero se desdibuja en la roca y a veces hemos de trepar. El Kartxela queda escondido detrás del Keleta (1.904 m), que es el que se encara al valle. Llegamos a la cima por una cornisa estrecha y nos instalamos en ella un rato. Son la 11,30 h. Hoy no hemos visto a nadie a pesar de que en Izaba es fiesta, celebran la romería de la Virgen de Idoia. Por la mañana, al salir a la calle, nos hemos topado con una coral de abuelos que cantaban canciones dedicadas a la Virgen.

Descendemos por el mismo camino y a las 13,30 h ya estamos en la ermita de Arrako, que no tiene nada de particular. A excepción de una campana colocada en el hueco de una ventana parece una borda más del valle. Decidimos ir a comer al bar-restaurante de la zona de picnic de Belagua, en donde Natxo y Fèlix se comen un entrecot de cuarto de quilo con patatas y yo un bacalao al ajoarriero, y nos bebemos una botella de vino. Estamos alegres y Natxo piropea a la dueña, una francesa entre los cuarenta y los cincuenta bastante atractiva, a la que otorga el título de Princesa de Belagua. A ella le hace gracia y nos cuenta brevemente su historia. Hace tres años que tiene el bar, pero lleva muchos más moviéndose de un sitio a otro por los valles pirenaicos de Navarra. Nos dice que antes vivía en Izaba. El lugar es pequeño pero muy agradable, y mientras comíamos se ha llenado, sobre todo de franceses, que también hacen fiesta por la segunda Pascua. Una bola de cristal colgada ante un tragaluz del techo descompone los rayos del sol en una lluvia de reflejos multicolores. Uno de ellos va a dar en el rostro de un francés rechoncho y le pinta la nariz de rojo. Nos hace gracia. El francés, que no sabe de qué reímos, nos mira con desconfianza. Pagamos y nos despedimos de la dueña, asegurándole que si volvemos a Belagua, la visitaremos.

Y a las cuatro de la tarde emprendemos el regreso a Barcelona plateándonos ya adónde iremos el año próximo.