Por el Montseny

Tras casi cuatro meses sin actividad montañera, salvo los paseos por Collserona, volví a salir con Natxo y Fèlix. El confinamiento nos limitaba los movimientos y fuimos al Montseny.

El Montseny es otro de los destinos predilectos de los barceloneses a la hora de salir a respirar aire puro. Es un macizo de la Serralada Prelitoral, constituido mayormente por materiales antiguos —esquistos y granitos del paleozoico y areniscas rojas del mesozoico. Como alcanza alturas importantes y se encuentra flanqueado por una cubeta —la Conca de Vic— y una fosa tectónica —la Depressió Prelitoral—, los cursos de agua han labrado valles profundos y han insinuado tres núcleos montañosos: el bloque Turó de l’Home-les Agudes, el Matagalls y el Pla de la Calma. La vegetación es variada, con prados de montaña y bosques de pinos, encinas, robles y hayas, con algunos grupos aislados de abetos. A lo largo del invierno, sus cumbres se cubren de nieve varias veces y entonces los barceloneses enloquecen y colapsan las carreteras que llevan a las cotas más altas.

Como ya hemos caminado mucho por el Montseny y a Natxo no le gusta repetir recorridos, esta vez fuimos a les Agudes desde Fontmartina, pero sin subir primero al Turó del l’Home, que es lo más frecuente, sino que flanqueamos la montaña por un sendero medio perdido, que, como había llovido hacia poco, nos dejó empapados. El sendero enlaza con una pista que seguimos hasta encontrar el GR-5.2, ya en la parte norte, y subir hacia la cumbre. Durante el recorrido, Fèlix fue recogiendo las setas que nos salían al paso, entre ellas un hongo blanco (Boletus edulis) de buenas dimensiones, que lo hizo la mar de feliz.

De regreso bajamos por el camino de los pozos de nieve, algunos de los cuales se han reconstruido y constituyen una verdadera joya antropológica.

En los pozos de nieve la actividad empezaba en primavera, cuando los neveros —trabajadores de la nieve— los llenaban a paladas con la nieve caída durante el invierno. La nieve se pisaba para prensarla y hacer hielo, y se separaba en capas de un grosor homogéneo con tierra, hojas o paja. En verano se cortaba en bloques, se envolvía en arpillera y se transportaba durante la noche a lomo de mulas o asnos hasta los almacenes que la distribuían por el territorio. En nuestro caso, Granollers y Barcelona eran los principales centros de consumo.

Los pozos de nieve, de los que ya se tiene noticia en la época romana, permanecen activos hasta bien entrado el siglo XX, cuando las fábricas de hielo artificial y los frigoríficos los hacen inútiles y se abandonan. En el Montseny, estos pozos excavados y con paredes de piedra seca conviven con heleros artificiales que tienen la misma finalidad: la explotación de la nieve. Natxo dice que en este recorrido ha llegado a contar una docena de pozos y heleros. El pozo más grande es el del Comte; está situado a 1.522 m de altitud, en pleno hayedo, y hace 9 m de diámetro y 8 de profundidad; data del siglo XVI y se calcula que se mantuvo activo hasta finales del siglo XIX.

Al llegar al coche, Fèlix, que tiene un programa que almacena los datos del recorrido, nos informa que hemos hecho 12,38 km, con un desnivel acumulado de 957 m, y todo esto en 4 horas y 47 minutos. No es ningún récord, pero no está mal para seniors como nosotros. Terminamos comiendo en La Font de Cal Guardià un menú de 13,50 € que está bastante bien.