De Caimari a Lluc
La segunda caminata por la Serra de Tramuntana de estas pasadas fiestas la hicimos el último día del año y fue la típica subida al santuario de Lluc desde Caimari siguiendo el antiguo camino de herradura. Se trata de una ascensión fácil y bien señalizada, siempre por pista o camino empedrado, durante la cual transitas por un bosque de encinas bien conservado, con rastros de la antigua explotación carbonera, y por las vertientes rocosas de las montañas que cierran la hondonada de Lluc por el sur. Salvo un breve tramo a fin de evitar caminar por la carretera, el recorrido coincide con el de la última etapa del GR-222, de Artà a Lluc, y tardas unas dos horas en hacerlo, con un desnivel de 460 m de subida y 192 m de bajada; a la vuelta es al revés.
En esta ocasión quien nos acompañó fue Joan, que se conocía bien el camino porque lo hace tres veces a la semana. Sí, Joan sube tres veces por semana a Lluc a fin de mantenerse en forma durante los meses de invierno. Cuando llega el buen tiempo, cambia de actividad deportiva y nada cada día una hora de reloj. Está hecho un atleta, Joan. Y como la finalidad de la subida a Lluc no es el peregrinaje, ni el gozo del paisaje, ni el paseo placentero al aire libre, sino el ejercicio físico, Joan cronometra el recorrido. De modo que, tras aparcar el coche a la entrada del camino, antes de la primera curva justo dejar Caimari, salió disparado y ya no lo volvimos a ver hasta al cabo de una hora y media que, alcanzado el objetivo de la Bretxa Vella, el punto más alto del trayecto, retrocedió a buscarnos. Y el pobre tuvo que retroceder un buen trecho, porque Isabel, que es una flecha en el llano, pero que roncea bastante en las cuestas, y yo, que cada dos por tres me detengo a hacer fotos, tan solo habíamos hecho poco más de la mitad del camino.
Cuando nos reunimos, Joan estaba contento porque acababa de mejorar su tiempo personal en dos minutos y no nos recriminó demasiado que Isabel y yo nos arrastrásemos por el camino de Lluc como caracoles. Mientras subíamos piano piano, y pensando que hacer siempre el mismo recorrido debía de aburrirlo, le propuse otras caminatas por la isla. Pero no se mostró en absoluto curioso por descubrir nuevos territorios; aquel recorrido ya le iba bien, porque era exigente, lo tenía cerca de casa ―Joan vive en Inca― y lo solía hacer en compañía de un amigo tan aficionado como él a repetirlo, quien, además de mantener el buen ritmo de marcha, lo hacía tocando la chirimía. Y esto ya me pareció portentoso, digno de un record Guinness.
El santuario de Lluc ocupa una hondonada en el corazón de la Serra de Tramuntana. Su fundación data del siglo XIII, cuando los catalanes que llegaron a la isla con Jaume I quisieron crear un monasterio semejante al de Montserrat, dedicado a la virgen María. El santuario fue ampliándose a lo largo de los años. A mediados del siglo XVI se crea la escuela para niños y se constituye una escolanía ―els blauets― para cantar en las ceremonias. Durante este siglo y el siguiente, Lluc se consolida como principal centro de devoción y de peregrinaje de los mallorquines. Pero en el siglo XVIII cae en un abandono impropio, del que lo viene a rescatar la instalación en el año 1891 de los frailes carmelitas del Sagrada Corazón, auspiciada por el obispo Pere Joan Campins. Un monumento en medio del patio de la basílica conmemora la memoria de este defensor de la lengua y la cultura mallorquinas.
Actualmente, el santuario de Lluc es un polo de atracción religioso y turístico, con una amplia oferta de celdas y apartamentos, restaurantes, bares, tiendas, un museo y un interesante jardín botánico de plantas autóctonas y endemismos. Muy cerca está el refugio excursionista de Son Amer, incorporado a la red de refugios de la Ruta de Pedra en Sec (GR-221), que recorre toda la Serra de Tramuntana, desde Andratx y Calvià hasta Pollença.