Paterson

Poema cinematográfico de Jim Jarmusch

Repasando la filmografía de Jim Jarmusch me doy cuenta de que he visto la mayor parte de sus películas, y, al recordarlas, veo que siempre he encontrado en ellas una atmosfera que me ha resultado atrayente; quizá una película no me guste en su conjunto, como Los límites del control (The Limits of Control, 2009), por ejemplo, pero en cambio no puedo evitar apreciar la originalidad de su planteamiento y el hipnotismo de su cadencia, que me hace mirarla con interés hasta el final.

Jarmusch hace un cine personal que conecta con el espectador no a través de la acción, sino precisamente todo lo contrario, a través de la inmovilidad de sus escenas y los silencios de sus personajes. Es un cine lento, denso, que hurga en tu interior para adquirir su pleno sentido; que apela a tus rincones íntimos y personales para alcanzar la dimensión que le quieras dar, como hace también la poesía. Y es que Jarmusch, antes que cineasta, es poeta, y en Paterson se pone claramente de manifiesto.

Paterson es un canto a la vida interior como recurso indispensable para combatir la monotonía de la existencia en el sentido más amplio; es un elogio a la rutina redimida por la creación ―en este caso literaria―; la exaltación de la paciencia y la comprensión, del amor y la tolerancia, de la responsabilidad y del compromiso personal con uno mismo y con los demás. También es un homenaje a los poetas y a la poesía mediante la narración cinematográfica, especialmente y de forma explícita a William Carlos Williams y a su poema Paterson. Jarmusch lo hace evidente por triplicado a través de su personaje: un conductor de autobús urbano que se llama Paterson, que vive en una pequeña ciudad norteamericana llamada Paterson, que escribe poesía y que, en un determinado momento, se encuentra con un poeta japonés que está leyendo Paterson.

En Paterson, Jim Jarmusch, que ya tiene 63 años, expone sus cartas abiertamente y nos muestra las raíces literarias de su cine, y lo hace de una forma magistral. En Paterson alcanza la excelencia en aquello que lo ha caracterizado como cineasta: la creación de atmósferas y el propósito de penetrar en el interior de sus personajes a través del silencio y el ritmo sosegado de sus acciones. Alguien me habló de la belleza de las imágenes de Paterson, pero no he encontrado que la fotografía de la película sea especialmente bella por sí misma; pienso que si las imágenes de Paterson resultan bellas es porque las cargas de contenidos trascendentes, como lo haces cuando miras una pintura de Hopper. Es todo lo que sugieren lo que las hace relevantes; es la belleza del espíritu del artista que se refleja en la obra lo que nos atrae y apela a nuestro propi espíritu para admirarla. De ahí la satisfacción que obtenemos con la contemplación de una obra de arte: el reconocimiento propio a través del artista, y por extensión, la confortación de no sentirnos del todo solos en el ejercicio de vivir. Viendo Paterson se puede sentir todo esto porque es una obra inspirada y conmovedora.

Vi Paterson en Palma, la tarde que, por la mañana, Isabel y yo habíamos ido a la exposición Venècia després de la llum, de Toni Catany, en Llucmajor, y habíamos comido con el amigo Sebastià. Por la noche, en la cama, repasando las experiencias del día, pensé que había sido un día rico y gratificante, y me sentí afortunado de haberlo vivido.