Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

El hecho de leer Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, después de haber leído Jane Eyre, de Charlotte Brontë, me ha proporcionado una visión comparada de las dos autoras femeninas de más éxito y reconocimiento del mundo anglosajón. De Jane Eyre ya hablé con anterioridad (nota 21/01/2021), por tanto ahora lo haré de Orgullo y prejuicio.

El argumento de Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice, 1813) es más simple y banal que el de Jane Eyre, sin ninguno de los elementos trágicos que hay en ésta, pero no por ello menos interesante para el lector. La señora Bennet tiene cinco hijas y suspira por casarlas. Por esto, cuando sabe que Netherfield Park, la finca vecina, ha sido alquilada por un joven aristócrata adinerado y soltero, concibe la esperanza de que éste termine fijándose en Jane, la más joven y hermosa de sus hijas, y empieza a maniobrar para que así sea. El señor Bingley, que así se llama el joven adinerado, llega acompañado de sus hermanas y de un amigo, el señor Darcy, un hombre apuesto, tanto o más rico que él. Resulta que el joven Bingley es un muchacho sencillo y alegre que rápidamente se siente atraído por la bella y dulce Jane. Pero al señor Darcy, distante y orgulloso, los modestos vecinos, especialmente la señora Bennet y sus tres hijas menores, le parecen poco dignos de emparentarse con su amigo. La actitud arrogante de Darcy, sulfura a Eliza, la segunda Bennet, que, inteligente y decidida como es, no se priva de atacar dialécticamente a Darcy cuando tiene la ocasión. Y Darcy, que está acostumbrado al respeto y al alago, este comportamiento le despierta el interés por la joven.

En fin, no sé por qué me esfuerzo en explicar el argumento, porque seguramente todo el mundo ya ha visto alguna de las adaptaciones de la novela, de la que se han hecho cinco películas y otras tantas series de televisión. Yo sólo he visto la de Joe Wright (Pride & Prejudice, 2005) y me gustó. Donald Sutherland está espléndido en el papel del paciente y sarcástico señor Bennet, Keira Knightley recrea una Eliza cautivadora y Matthew Macfadyen hace un Darcy acertado en su frialdad y arrogancia, tocadas por un punto de tristeza que lo hace sumamente interesante.

Pero quien se conforme con la versión cinematográfica se pierde el valor literario de la obra, que es mucho. Porque, a pesar de haber sido escrita hace más de dos siglos, la prosa de Jane Austen resulta sorprendentemente moderna, sin retórica ni divagaciones innecesarias, es una prosa directa, con la que dibuja a los personajes con los rasgos justos y necesarios para que el lector simpatice con ellos o los aborrezca. Su ironía y sentido del humor a la hora de crear situaciones y diálogos es admirable, como igualmente lo es su capacidad para describir una amplia gama de sentimientos y emociones de forma precisa y convincente. En sus manos el lector es raptado y conducido hábilmente en la dirección que quiere la autora, y esta conducción es tan delicada e inteligente que te abandonas a ella con placer y con el convencimiento de que todo llegará a buen puerto, como en efecto sucede.

En Jane Eyre la historia también acaba bien, pero tras un recorrido trágico. En Orgullo y prejuicio el recorrido es emocionante y placentero, incluso divertido. La gracilidad y elegancia del estilo narrativo de Jane Austen contrasta con la profundidad y el dramatismo del de Charlotte Brontë, pero ambos son magníficos. Literariamente muy poco tienen que ver la una con la otra, pero esto no quita que ambas sean dos excelentes escritoras que merecen ser conocidas mediante la lectura de su obra.