Noticia de Son Bauló

Uno de nuestros destinos más frecuentes de este verano cuando nos decidíamos a salir de Son Bauló ha sido el sector de la costa de levante que va de Canyamel a la Punta de n’Amer. Hemos ido cuatro o cinco veces, cada una con objetivos diferentes.

La primera salida estuvo motivada por la recomendación que nos hicieron de un restaurante en el Port Vell, en la bahía de Son Servera, y que aprovechamos para echar un vistazo a la Costa dels Pins, que no conocía. Tras recorrer toda la playa del Marjal, nos bañamos en la pequeña cala de Es Rajolí, en el corazón de la urbanización —con campo de golf incluido— que ha popularizado este paraje de la vertiente meridional de la Serra de Son Jordi o de Sant Jordi, que de las dos maneras la he visto denominada. El extremo de la sierra que se adentra en el mar da lugar al Cap des Pinar, que cierra por el norte la bahía de Son Servera; por el sur lo hace la Punta de n’Amer.

Al contemplar desde el Cap des Pinar, en la lejanía, la Punta de n’Amer cerrando el arco de la bahía, me vinieron ganas de volverla a visitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos. Y la excusa fue buscar una antigua cantera junto al mar que la primera vez no vimos. De paso, visitamos la torre del siglo XVII y nos tomamos una cerveza en el restaurante que hay delante. Desde la Punta de n’Amer la vista sobre el arenal de Cala Bona y Cala Millor es espléndida y, a la vez, lamentable, dada la abundancia de hoteles, chalés y bloques de apartamentos que orlan la playa de Sant Llorenç en una estrecha franja de urbanización desordenada.

La tercera salida fue para ir a Cala Rotja, una de las pocas calas del norte de la isla que no conocíamos, y, desde Cala Rotja, llegarnos a la Cala dels Albardans. Hace años, en una caminata por este sector del litoral, intentamos llegar a la Cala dels Albardans desde Canyamel sin conseguirlo. Y es que la cala resulta casi inaccesible al haber quedado rodeada de propiedades privadas que llegan hasta el mar. El único acceso es un sendero a penas insinuado, incómodo de transitar, que sale de Cala Rotja. En cambio, los propietarios que la rodean tienen portales en las cercas de alambre y en los muros que delimitan las fincas que les permiten ir a la cala desde sus jardines. Un caso claro de privatización indirecta de un espacio público.

Cala Rotja queda totalmente integrada dentro de la urbanización Costa de Canyamel, que se extiende por la vertiente septentrional de la Serra de Son Jordi. De hecho, del monte orientado a mar queda muy poco sin construir, solo la parte más elevada y abrupta se ha librado del cemento. Porque incluso el acantilado ha sido escalonado por las excavadoras y ocupado per chalés y grupos de apartamentos, unos encima de otros y comunicados mediante escaleras. Toda una exhibición de urbanismo vertical.

A Cala Rotja se accede por el portal del restaurante del mismo nombre, que se halla justo detrás de la cala. Hablando con un bañista de Artà, me enteré que el restaurante, el hotel rural Can Simoneta, el Hotel Pleta Mar, junto a la Cala dels Albardans, y la Torre de Canyamel pertenecían a los antiguos propietarios de todo aquel paraje, la familia Morell, una familia que remonta su presencia en la isla a los tiempos de la conquista de Mallorca por Jaume I y que ha dado personajes ilustres a lo largo de la historia. Según el bañista, los Morell habían sabido aprovechar el fenómeno turístico poniendo a la venta solo parte de sus propiedades y quedándose lo más atractivo para explotarlo ellos. Ahora, bajo la marca Torre de Canyamel Group, una rama de la familia de aquellos Morell que llegaron a Mallorca en el siglo XIII explotan diferentes establecimientos de lujo y han dedicado la Torre de Canyamel, que data de los tiempos del Conqueridor, a albergar actos culturales como conciertos y exposiciones.

Precisamente, la cuarta salida fue a la Torre de Canyamel para ver la exposición Cosmic Dance II, de la artista Lin Utzon, hija del arquitecto Jørn Utzon, autor del proyecto de la Ópera de Sidney. La artista danesa pasa temporadas en Mallorca, donde tiene una casa singular en Portopetro, Can Lis, obra de su padre.

A la hora de redactar esta nota, tenemos una quinta salida prevista a Canyamel para comer en el restaurante Cala Rotja. Esta comida es el premio que recibe el ganador del campeonato de Rummikub de este verano y que, cosa rara, porque Isabel acostumbra a tener una suerte endiablada, he sido yo.