Noticia de Son Bauló

Clausura del verano con la pintura de Jordi Poquet

Ya hemos cerrado la casa. De hecho, esta noticia la escribo desde Palma, a punto de partir hacia Budapest y Praga, donde Isabel asiste a un congreso de matemáticas. Yo, desde Praga, regreso a Barcelona, donde me esperan gestiones inmobiliarias, una novela inacabada y mi madre en la residencia. El verano —para mí el verano empieza cuando llego a Son Bauló y acaba cuando marcho— ha pasado como una exhalación. Llegué, me puse a trabajar para ordenar la finca y, cuando ya está ordenada, marcho. Quizás algún año pueda quedarme hasta octubre o noviembre y disfrutar de los resultados del esfuerzo por poner orden allá donde la naturaleza se empeña en hacer crecer lo que no toca. ¿O quizás soy yo quien se empeña en llevarle la contraria? Sea como sea, llevo las de perder.

Ha sido un verano plácido, ensombrecido por la amargura de descubrir los estragos de la Xylella y la impotencia por combatirla. Pero también hemos disfrutado de momentos agradables con amigos. El último ha sido la inauguración de una exposición de Jordi Poquet, en la Rectoria de Santa Margalida, en el marco de las fiestas de la Beata. Fue una inauguración muy concurrida, porque Jordi tiene buen predicamento en el lugar. Y no sin motivo. Su pincel reproduce como pocos los rincones de Mallorca, ya sean de mar o de montaña. Su concepción de la composición, la luz y el color se traduce en marinas luminosas, paisajes harmoniosos, jardines que son una explosión cromática, bodegones elegantes, apuntes del natural de una espontaneidad y frescor admirables…

Es en este registro que Jordi Poquet sigue siendo un maestro, con una obra de pincelada segura y enérgica, que da como resultado cuadros que son verdaderas ventanas abiertas en la pared por donde entra la alegría. Porque eso es lo que transmiten las obras de Jordi Poquet: la alegría de pintar. Cuando le digo que he olvidado la cámara y le pregunto si tiene las obras que expone fotografiadas y colgadas en la web, hace un gesto de indiferencia y me dice que solo algunas; le cansa tener que hacer este trabajo; a él lo que le gusta es pintar. “Jo no m’atur”, me dice, “ja m’aturaré quan em toqui (1).” Y sigue saludando a amigos y conocidos, la mayoría gente mayor, que se le acercan risueños y entusiasmados con una obra que entienden y saben apreciar, y que muchos ya tienen alegrando las paredes de su casa.

Lo dejo rodeado de admiradores y pienso en otros artistas que lo primero que hacen cuando terminan una obra nueva es fotografiarla y colgarla en internet para tenerla convenientemente documentada, registrada y expuesta a la espera de que les llegue el reconocimiento. A Jordi Poquet esto no le preocupa demasiado porque con su pintura impresionista, de ejecución impecable, ya tiene el reconocimiento que le importa: el de sus amigos y convecinos, el de los mallorquines que adoran su isla y el de todos aquellos que valoramos la obra honesta y bien ejecutada de un artista, abrace el estilo que abrace.

Y es que el arte tiene que ser esto, una ventana abierta a…, y que cada artista sustituya a su gusto los puntos suspensivos.

(1) Yo no me paro, ya me pararé cuando me toque.