Ayer fue la festividad de la Mare de Déu d’Agost y, como cada año en Can Picafort, los patos fueron a parar al agua y una multitud de nadadores se los disputaron entre salpicaduras, gritos y risas. La tradicional suelta de patos es uno de los actos más populares de las fiestas de esta localidad costera y participa en ella una gran cantidad de gente entre bañistas y espectadores. Sin embargo, este año, una súbita entrada de norte, que agitó el mar más de la cuenta, cambió la fisonomía de la celebración y en vez de lanzar los patos desde embarcaciones, lo hicieron desde el espigón del puerto, con lo que el espectáculo fue más deslucido.
Por esto, para ilustrar la nota he optado por emplear las fotografías que hice el año pasado, que dan una idea más exacta del carácter de la celebración. Normalmente, la cosa va así. Entre las once y las doce de la mañana la gente se desplaza hacia el punto en donde se llevará a cabo el lanzamiento de patos, que suele ser en una pequeña rinconada de la bahía, entre el Mar y Paz y los embarcaderos de la calle Marina, y va tomando posiciones, unos dentro del agua, alrededor de las embarcaciones que lanzarán los patos, y otros en las rocas de la orilla para asistir al espectáculo en seco. También hay quienes acuden con sus lanchas y sus laúdes a fin de estar cerca de los competidores y, si es preciso, prestarles ayuda. A las doce en punto, la explosión de un cohete da la señal y las embarcaciones de la organización empiezan a lanzar patos. Entonces estalla el griterío y alrededor de las barcas se forma un verdadero tumulto de nadadores disputándose los patos. Hay quien los caza al vuelo, sin dejarlos tocar el agua, otros bracean furiosamente para atraparlos y no tienen ningún escrúpulo en apartar a un rival de un manotazo o agarrándolo de un pie. Para la cacería todo vale: flotadores, aletas, colchones hinchables, churros de poliuretano, cámaras de neumático de tractor…; cualquier cosa que te ayude a flotar y a desplazarte rápidamente la puedes hacer servir. El resultado es un mogollón coloreado que oscila alrededor de las embarcaciones al ritmo del oleaje. |
Ahora, los patos que se lanzan son unos patos de plástico amarillos, con el pico rojo, la mar de graciosos, pero unos diez o doce años atrás eran patos de verdad que, cuando los soltaban entre el gentío, aleteaban sobre la superficie del agua y era una proeza atrapar uno. Pero los defensores de los animales alzaron la voz para decir que aquello era un comportamiento impropio de gente civilizada, que los patos no tenían ninguna culpa de que los humanos tuviésemos que divertirnos de una forma u otra en fechas señaladas, y someterlos a una persecución encarnizada y a una captura violenta entre gritos de aliento y carcajadas antes de escaldarlos, arrancarles las plumas y cocerlos en la cazuela, era una crueldad vergonzosa. Y la comisión de fiestas de Can Picafort consideró que tenían razón y decidieron substituir los patos de verdad por los de plástico actuales, que si bien no puedes poner en la cazuela, te permiten optar a viajes, fines de semana en hoteles, vermús con derecho a tapa, comidas de lechón, desayunos de ensaimada, cortes de pelo, toallas de baño y una infinidad de obsequios más deferencia de hoteleros, restauradores y comerciantes locales. Porque cada pato lanzado al mar lleva un número debajo y, una vez terminada la cacería, se procede a una rifa con numerosos premios.
Yo solo he participado en la cacería de patos un año que mi nieto Ben estaba en Son Bauló. Nos metimos en el agua mi hijo, Ben, que entonces tenía siete años, y yo, pero la falta de experiencia no nos permitió obtener una gran captura: tan solo logramos un pato, y eso porque fue más lejos de lo previsto. Quizás el lanzador de patos, harto de que la gente le gritase “¡A mí!” “¡A mí!”, lanzó uno para nadie, fue como un lanzamiento de quarterback de cincuenta yardas, y nosotros, que estábamos detrás, lejos del bullicio, lo atrapamos. Pero no tuvimos suerte y en la rifa no nos tocó nada.
Después de aquel fracaso, con Ben acordamos que en la próxima ocasión iríamos bien equipados con aletas, gafas, colchón, plancha de surf y todo lo que tuviésemos a mano para competir con los picafortinos.