Noticia de Son Bauló

El marés y yo

Desde que empecé a frecuentar Mallorca me llamó la atención un tipo de piedra de tonos blanquecinos, grises o dorados empleada en la construcción y dotada de un espíritu tan igualitario que tanto la podías encontrar en un edificio monumental como en un casita de payés, dibujando la elegante línea de un arco o alineada descuidadamente en una cerca de ganado. Granulada y porosa, no recordaba haberla visto nunca ni me eran familiares las dimensiones de las piezas con las que los mallorquines levantaban las paredes de las casas, unos paralelepípedos de 80x40x20, pesados y nada fáciles de manejar —lo digo porque he tenido que trajinar más de uno por la finca y me ha hecho sudar tinta. El nombre me lo facilitó con extrañada naturalidad Isabel la primera vez que me llevó al huerto de su padre, en Santa Eulàlia. Marés.

Desde entonces, mis lazos con el marés se han ido haciendo tan estrechos como los que he establecido con Mallorca y mi curiosidad de geógrafo me ha hecho seguirle el rastro y buscarle el origen. El marés es una roca sedimentaria constituida por la fosilización de las dunas; son granos de arena y conchas de molusco depositados en capas horizontales —movimientos posteriores las pueden haber inclinado— y cohesionados por un cemento de carbonato cálcico en un momento del período geológico más reciente —el Cuaternario—, en el que el mar subió de nivel y cubrió los arenales litorales de Mallorca. Por esto, la gran mayoría de canteras de marés se localizan cerca del mar y ofrecen una imagen que a mí me resulta la mar de sugerente. 

Yendo de Can Picafort a la isla de los Porros, la caminata predilecta de Isabel, hay una cantera de marés abandonada que siempre que paso por ella tengo que detenerme; entonces me parece escuchar aún los golpes del pico y de la escoda, el chirrido de la sierra cortando la piedra, el sordo percutir de cuñas y palancas profundizando las regatas y las voces de los canteros quejándose del calor y resoplando mientras cargan el carro que ha de llevar las piezas recién cortadas a pie de obra. Estoy seguro que la mayor parte de las casas viejas de Can Picafort surgieron de esta cantera. En la blanda roca de marés han quedado marcadas las roderas del transporte hacia el caserío. Rastros de un pasado que el moderno bloque de hormigón, más barato y manejable, ha enterrado casi de forma definitiva. Ahora, el marés, noble y decorativo, ya no se emplea para levantar casas, salvo por un capricho del arquitecto o del propietario, y se limita a ornamentarlas dando forma a columnas, pavimentando terrazas, delimitando jardineras…

En Son Bauló no pude resistir la tentación de incorporar de algún modo el marés y tenemos la terraza sur pavimentada con los mareses que quedaron enteros tras derribar la casita de campo que había en el solar, donde el abuelo de Isabel guardaba los aperos y el ganado. También los empleamos para hacer los dos pilares del portal de la entrada. Y para levantar las tres medias columnas de una glorieta que tenemos junto al brocal de la cisterna encargamos unos sillares de marés de Felanitx, ligeramente rosado. La idea era hacer un rincón de sombra con dos parras subiendo por las columnas y cubriendo la glorieta con sus hojas y pámpanos, de los que colgarían jugosos racimos de uvas. Pero no hemos tenido éxito; el verano pasado, después de varios años de cuidadosos riegos y podas, cuando ya las teníamos bastante altas, una se nos murió y a la otra se le secaron las ramas viejas y esta primavera ha rebrotado por la cepa. De modo que, de momento, tendremos que esperarnos a disfrutar de esta sombra tan bucólica y mediterránea.