Noticia de Son Bauló

Tiempo de recoger las almendras

La última semana de agosto, cuando empiezo a sentir la inquietud propia del final de etapa estival en Mallorca y los flashes de las obligaciones contraídas y las que voluntariamente me impongo en Barcelona se hacen cada vez más frecuentes, la faena de varear los almendros me proporciona una actividad física relajante. Quizás por eso la acometo con una dedicación que me mantiene ocupado y distraído buena parte del día.

Este año, la sequía que vive la isla ha reducido la producción y el tamaño del fruto, y los árboles muestran la mayor parte de la hoja seca, como si ya estuviésemos en setiembre. En estas condiciones aún me sabe más mal sacudirlos a bastonazos. Porque junto con las almendras, cae la hoja y quedan prematuramente desnudos, expuesto su tronco desnudo a una insolación todavía implacable, y debilitados por las dificultades respiratorias y de fotosíntesis. En esta situación, son más vulnerables a las enfermedades. Y como el déficit de agua ya hace unos años que dura, la isla se está quedando sin almendros.

También es cierto que el progresivo abandono de la vida rural y la incorporación de casas de campo y posesiones a los circuitos de alojamientos turísticos ha dejado buena parte del almendral mallorquín a su suerte, que no se prevé nada buena.

Y la verdad es que me sabe mal, porque la almendra forma parte de la vida mallorquina desde hace muchos años y las familias viven el proceso de su recolección y posterior manipulación como un verdadero ritual, al que les cuesta renunciar. Al menos así lo he percibido a través de la familia de Isabel, que tienen la almendra incorporada a la mayoría de las celebraciones, ya sea en forma de cocas, de pastelillos, de helado o de turrón. Cuando conocí a Isabel, su padre hacía un helado de almendra tierna que era una delicia. Y actualmente, cuando llega la Navidad, toda la familia hace diferentes tipos de turrón con la almendra como protagonista principal, desde el típico turrón de Jijona, en una versión propia que substituye la miel por el azúcar molido, hasta el sabroso tambó d’ametla –así lo llama Isabel–, pasando por las cocas de turrón y lo mantecados. Y de almendra tostada, ya sea como postre o como aperitivo, consumimos todo el año.

Finales de agosto también es cuando maduran los higos chumbos. A nosotros no nos gustan, pero tenemos amigos que se deleitan con ellos y los invitamos a recogerlos. Magí es un verdadero experto en el tratamiento del higo chumbo, bastante fastidioso de coger y de pelar, y acostumbra a llevarse un cubo lleno. Como contrapartida, siempre nos regala algunos pulcramente pelados, a punto de consumir. Pero como a nosotros aquel saco de semillas no nos resulta nada tentador, los prensamos en el chino y hacemos un sorbete delicioso.

Ahora también es el tiempo de las algarrobas, que cuelgan de las ramas, secas y olorosas. Pero nosotros no hacemos nada con ellas y las dejamos colgando del árbol como un ornamento de su ramaje colosal hasta que caen y se pudren en tierra enriqueciendo el suelo.

Después de la poda intensa las higueras nos han dado pocos higos, aunque dulces como siempre. Este año, pues, no hemos podido hacer mermelada ni las hemos podido secar y meterlas en tarros con anís e hinojo. A ver si finalmente reviven y el próximo verano tenemos una cosecha mejor.