Noticia de Son Bauló

Está haciendo un verano ventoso. Cuando no es tramontana, es mistral, y cuando no es ni el uno ni el otro, gregal o poniente. En Son Bauló, los vientos de componente norte son vientos frescos, que hacen el calor soportable; pero agitan las aguas de la bahía de Alcúdia e Isabel se enfada porque, como Can Picafort está justo al fondo de la bahía, sople en norte que sople, el mar siempre va movido y para nadar tenemos que desplazarnos a un lado o a otro.

Ha habido semanas que el viento ha soplado de forma persistente durante dos o tres días, con rachas lo suficientemente fuertes como para tumbar nuestras tomateras. O sea, que me he tenido que pasar muchos ratos reforzando en encañizado y sujetando ramas abatidas. A los melones, sandías, calabazas y calabacines, como van por el suelo, el viento no los afecta, pero a los pimientos y a las berenjenas no les hace nada de gracia, y creo que ha sido la causa de que este año no hayan crecido mucho y estén dando poco fruto a pesar de haber plantado girasoles y rosas místicas para atraer a los insectos y estimular la polinización.

Y cosa rara, también hemos tenido algunos días de sudoeste, que es un viento que nos llega muy de vez en cuando. En cambio, no recuerdo ningún día de siroco, que en verano es el viento de tierra más frecuente y nos asfixia de calor.

Como contrapartida, el viento, unas veces nos ha llenado el cielo de nubes algodonosas, muy decorativas, y otras nos lo ha dejado limpio y sin mácula. En cualquiera de los casos, la nitidez del aire nos ha permitido contemplar unos paisajes diáfanos, más propios del otoño o de la primavera, y unas puestas de sol rutilantes. Y como Isabel me ha hecho ir de un lado a otro de la bahía buscando rincones encalmados para nadar, me he hartado de fotografiarlas.

Este verano he tenido un par de bregas. La primera con una gallina de Mateu, el vecino, que en nuestra ausencia había tomado posesión de la finca y se paseaba por ella como si fuese su casa. Y ya sabemos que cuando una gallina pasea, escarba aquí y allá y acaba dejando el terreno más pelado que el patio de una escuela. De modo que intenté echarla a base de sustos y persecuciones. ¡Y cómo corren las gallinas! Pero tenía huevos escondidos en diferentes puntos de la finca y siempre volvía a empollarlos. Al final, localicé los huevos y se los quité. Isabel me advirtió que, en verano, los huevos, si no son recién puestos, se tienen que tirar, pero no le hice caso y quise abrir uno. Y nada más golpearlo, explotó y me salpicó de un líquido pegajoso y pestilente que me lanzó directamente a la ducha y me comportó un buen rapapolvo. ¡Qué le vamos a hacer! He sido un niño de ciudad y hay cosas del mundo rural que las tengo que experimentar ahora. Finalmente, desposeída de sus huevos y tras un susto de muerte –se escapó por los pelos de un asalto con la red de recoger almendras–, la gallina no ha vuelto.

La segunda brega es con un avispero subterráneo que hay en el jardín, junto a la una de las terrazas. Normalmente no hago ningún caso de las avispas; si no las molestas, no hacen nada; pero si se sienten atacadas, entonces son peligrosas. Hace dos semanas, podando una lantana, no vi un pequeño avispero que estaba en una rama y recibí dos picaduras en la frente –de hecho son mordeduras; las avispas no tienen aguijón–, que me provocaron una reacción alérgica y tuve que ir al CAP de Can Picafort. No me había pasado nunca; y mira que cada año me obsequian con varias picaduras. Pero, por lo visto, la cabeza es una zona delicada. He estado tres días fuera de combate, intoxicándome con la cortisona que me recetó el médico.

Por esto no me hace ninguna gracia tenerlas de vecinas y, por la noche, cuando la actividad se detiene y todas están en el avispero, las rocío con insecticida y les tapo en agujero de entrada con fango. Pero es inútil; al día siguiente cuando me levanto, encuentro el agujero abierto de nuevo y la misma actividad frenética de entradas y salidas. Por el movimiento que observo y el zumbido que hacen bajo tierra después de mi ataque, me temo que se trata de un avispero grande, quizás con centenares de individuos, y tendré que aplicar métodos más expeditivos para echarlas.

Por lo demás, todo transcurre con la placidez habitual, totalmente desconectado del mundo exterior y sus tribulaciones.