Momentos

A partir de una descripción de Tom Wolfe

He entrado en una edad en que el recuerdo empieza a tener casi más peso que el presente y, sin darme cuenta, me arrastra hacia episodios del pasado que hasta ahora consideraba olvidados o irrelevantes. Por ejemplo. He empezado a leer Bloody Miami, la novela de Tom Wolfe que me falta para completar la lectura de su obra narrativa. Tan solo estoy en la página 13 y Wolfe hace la descripción de una mujer que supongo tendrá un papel importante. “Mac, una chica corpulenta, acababa de cumplir cuarenta años […], huesos grandes, hombros anchos, alta […], delgada, ágil y fuerte, una atleta y media… tostada por el sol, rubia, llena de vida… ¡Una mujer de bandera!” Y ha sido leer esto y empezar a divagar pensando en la madre de un compañero de escuela de mi hijo que, cuando la conocí, encajaba exactamente en esta descripción. Ahora no sé cómo debe de estar, porque hace mucho tiempo que no la veo y los años no perdonan a nadie, ni a las valquirias.  

Ella y yo coincidíamos a la salida del colegio y en clases de judo de nuestros hijos, en donde hablábamos un rato mientras esperábamos que el maestro Yamamoto o algo parecido terminase la clase. Hacía muy poco que me había separado y me sentía vulnerable, y, a pesar de que procuraba mantener las apariencias, por las fisuras abiertas en la autoestima se percibía la debilidad y la confusión. Además, entonces trabajaba en el departamento de producción de una empresa de vídeo e iba de cabeza con los horarios. De modo que en más de una ocasión tenía que hacerme el favor de recoger a mi hijo, que por entonces tenía siete años, y llevarlo a judo con el suyo y esperar a que lo fuese a buscar al finalizar la clase. Y algo nació entre nosotros que nunca quedó claro. Durante aquel tiempo, a menudo pensaba en ella y envidiaba al marido, a quien solo conocía de vista.

La tarde de la cabalgata de Reyes coincidimos en la Gran Via. Fue un momento de clímax en nuestra relación. Mi imagen de padre separado al estilo Kramer contra Kramer, que se esfuerza en mostrar una alegría que no siente ante la llagada de sus Majestades los Magos de Oriente, la debía de conmover, porque me miraba con sus ojos azules como turquesas y me sonreía y, por primera vez, se puso a hablar de la situación en que me encontraba y a darme ánimos. “Cuenta conmigo para lo que haga falta”, me dijo. Y yo le agradecí el ofrecimiento con dudas sobre qué podía abarcar aquel “lo que haga falta”. Dudas que me estuvieron atormentando una buena temporada y que nunca intenté esclarecer. Mi vida no estaba para exploraciones arrojadas ni peripecias sentimentales. Como ya iba suficientemente servido de fracasos, fui cauto y no salí de la vía. Nuestra relación se mantuvo dentro de la más extrema corrección, cosa de la que ahora me alegro porque ambos pudimos seguir mirándonos con cordialidad y afecto cuando, pasados los años, nos encontrábamos por el barrio hasta que se fue a vivir fuera de Barcelona.

Sin embargo, cuando lo recuerdo, como ahora, no puedo evitar pensar si mi prudencia la decepcionó. Nunca lo sabré. Seguramente su ofrecimiento fue del todo casto y sincero, sin ninguna otra intención que la de ayudarme en un momento difícil, y fui yo quien cargó la frase con expectativas de macho solitario en celo permanente. ¿Pero, puedo estar seguro? No. De lo único que puedo estar seguro es de mis quimeras.

Bueno, dejémoslo y emprendamos de nuevo la lectura, que son 750 página y a este paso no acabaré nunca.