Por el litoral de Menorca

El litoral de Tramuntana entre la playa de Binimel·là y Cala del Pilar

La parte norte de Menorca —la Tramuntana— constituye un territorio único en las islas Baleares y tan bien diferenciado en el paisaje respecto a la mitad sur y al resto de las islas que un viajero medianamente observador se da cuenta de ello en seguida.

En Tramuntana nos encontramos con un relieve ligeramente montañoso, organizado en numerosos pequeños montes redondeados, resultado de la labor erosiva de una densa red fluvial, que ha actuado sobre materiales muy antiguos, de las eras primaria y  secundaria, de tonos oscuros y variados. Nada que ver con la blanca plataforma calcárea de Migjorn. Ahora los materiales son mayoritariamente pizarras, areniscas, conglomerados y arcillas, que van de las coloraciones casi negras y grises hasta las pardas y rojizas tan características de lugares, como Cala Pregonda o Cala del Pilar. A causa del predominio de los suelos silíceos ligados a estos materiales, en Tramuntana, los pinares disminuyen en favor de los encinares y de los ullastrars —maquias de acebuches—, con lo que la mancha cromática de la vegetación también es más oscura. Y en las garrigas litorales —las marinas—, los brezos, los carrizos y las jaras substituyen la bruguera y el romero de los suelos calizos del sur.  

El recorrido por el Camí de Cavalls que nos preparó Pep, y que en esta ocasión pudimos hacer completo, partía de la playa de Binimel·là y terminaba en la Cala del Pilar, dejando un coche en cada lado.

Comenzamos a caminar desde el aparcamiento que hay a unos 400 m de la playa de Binimel·là y, por la pasarela que salva la zona húmeda del torrente de Salairó, enlazamos con el Camí de Cavalls. Siguiendo las señales pasamos por la playa de Cales Morts, Cala Pregonda y Cala Barril. En este punto el camino se empina para ascender a la Marina de Sant Jordi y alcanzar Cala Calderer, donde nos detuvimos en el pequeño refugio que domina el arenal para comernos los bocadillos. A continuación volvimos a subir hacia la Marina de Son Ermità para dirigirnos a Es Alocs y Cala del Pilar, final del recorrido. Y a pesar de que la cala ya estaba en sombra y había cierto oleaje, todos, a excepción de Isabel, que estaba enfurruñada porque no la habíamos dejado bañarse en Cala Pregonda, nos echamos al agua para refrescarnos y quitarnos el polvo de encima tras cinco horas de subir y bajar montes por senderos pedregosos, que acabaron con las zapatillas de Begoña.

Fue un recorrido fantástico, con alternancias de sol y nubes, que nos permitió observar los diversos materiales que afloran a lo largo del camino y admirar las curiosas formas que las fuerzas erosivas que actúan en el litoral han esculpido en la roca. Entre cala y cala, puntos de vista elevados nos ofrecieron espléndidos panoramas de la costa, con pendientes abruptas y acantilados batidos por las olas, por donde vimos transitar cabras salvajes. Y si dirigíamos la mirada hacia el interior de la isla, veíamos las cercas de piedra seca, los campos labrados, los pastos y las blancas edificaciones de las fincas agrarias, que aquí se llaman llocs.

Finalmente, de Cala del Pilar nos dirigimos hacia el aparcamiento donde habíamos dejado uno de los coches con los que nos desplazamos desde Ciutadella, en donde residíamos. Esto añadió media hora más de caminata, que hicimos satisfechos del día y de lo que habíamos visto.