Litoral de Mallorca

Ca los Camps

¿Ca los Camps o Ca los Cans? Ésta es la duda que ha sembrado el indicador que han puesto en la desviación de la carretera que lleva a la urbanización de Betlem para advertir que tienes que girar a la izquierda para llegar a la cala. Cuando conocí a Isabel, la cala me fue presentada como Ca los Cans, y así se ha llamado para nosotros hasta que apareció el indicador y nos hizo dudar. Picado por la curiosidad, he buscado la razón de la nueva toponimia, y no parece un capricho del consistorio de Artà, término municipal en el que se encuentra la cala, sino que la doble denominación viene de lejos, y todavía deberíamos de añadir la de Cala des Camps Vells, que es como consta en la cartografía oficial del Govern de les Illes Balears.

Pero dejemos el nombre para centrarnos en el paraje, que cuando lo vi por primera vez hace veinticuatro años era paradisíaco, y que lo seguiría siendo si no fuese porque se ha puesto de moda y ya no puedes disfrutar de su condición de playa virgen con la tranquilidad de antes.

Ca los Camps (emplearemos la toponimia oficial abreviada) se encuentra en la bahía de Alcúdia, entre la Colònia de Sant Pere y la urbanización de Betlem, y es el entrante más profundo de una costa relativamente baja y rocosa, al pie de las Muntanyes d’Artà, que hacen de telón de fondo. Los artífices de la cala han sido, por un lado, el mar, y por otro, el torrente de Betlem, que desemboca en este punto; entre los dos han abierto una hendidura profunda en un terreno en el que se alternan los derrubios propios de una formación de pie de montaña y las arenas consolidadas de dunas fósiles. La aportación de agua del torrente ha favorecido el crecimiento de unos tamariscos colosales que constituyen uno de los rasgos característicos de la cala, ya que, en la punta de calor, te puedes refugiar en ellos. En una ocasión que vinieron unos amigos de Almería, a la sombra de los tamariscos hicimos una paella. 

La playa es de cantos rodados con algún punto de arena, y está casi cubierta de alga —hojas secas de posidonia que el mar arroja a las playas. Como se trata de un terreno muy vulnerable a la acción del oleaje, los temporales de invierno hacen estragos y, año tras año, el talud que cierra la cala retrocede y tamariscos y varaderos pagan las consecuencias. Si la mar está calmada, el agua es transparente y está llena de peces. Yo me he pasado muchos ratos nadando con aletas y tubo respirador observando raspallones, vaquitas, doncellas, serranos y algún pulpo.

Pero el momento más rutilante de Ca los Camps, cuando el paraje adquiere su máximo esplendor, es al atardecer, cuando el sol empieza a caer en el horizonte y cielo y mar van adquiriendo coloraciones cada vez más encendidas hasta que se esconde por detrás de la línea de montañas de la Serra de Tramuntana con un estallido de colores digno de la mejor paleta impresionista. Es entonces, cuando los bañistas ávidos de sol ya se han ido y empieza a oscurecer, que la paz y el silencio vuelven a la cala y vale la pena sumergirse por última vez en las aguas tranquilas y acogedoras.

Para los que somos inquietos y no nos gusta estar tumbados panza al sol demasiado rato, Ca los Camps ofrece la posibilidad de breves caminatas por los alrededores, tanto hacia la urbanización de Betlem como hacia la Colònia de Sant Pere, y admirar un litoral recortado, con rincones de gran belleza, como la costa d’Es Canons o el Caló des Corb Marí y el breve Arenal des Colom.