Litoral de Mallorca

La Volta des General

Después de las calóricas comidas navideñas se ha convertido en tradición salir a caminar el día siguiente para eliminar grasas y toxinas. Habíamos pensado repetir la ascensión a la ermita de Esporles, pero Xisca, la hermana de Isabel, en una grácil pirueta de última hora y a tenor del día soleado que hacía propuso un paseo litoral y cambiamos el destino.

En vez de detenernos en Esporles, continuamos por la carretera hacia Banyalbufar hasta encontrar el aparcamiento preparado en una curva muy pronunciada, poco antes de llegar al pueblo, de donde parte la Volta des General. El valle de Banyalbufar, drenado por los torrentes de Can Fura y d’en Roig, constituye un paisaje pintoresco en el sentido más literal del término, en el que se conjugan bancales, fuentes, acequias, balsas, casas aisladas y los barrios que conforman la población en el reducido espacio que hay entre el mar y los riscos de la Mola de Planícia. Es un paisaje humanizado de una gran belleza, ante el que no puedes evitar caer en éxtasis contemplativo. En estos bancales se había cultivado la vid desde el siglo XIII hasta el azote de la filoxera, a finales del siglo XIX, que mató todas las cepas. Desde entonces la producción agrícola de los payeses de Banyalbufar se orientó hacia el tomate de ramallet, consiguiendo una bien merecida fama. De hecho, en los años 30 del siglo pasado, antes del invento del turismo, Banyalbufar era la población con más renta per cápita de la isla gracias a este cultivo.

El recorrido que iniciamos en la curva de la carretera nos llevará hasta el Port des Canonge en una hora y media. Son un total de 4,2 km que discurren por un camino ancho y bien señalizado, sin ninguna dificultad. Partes de una altura de poco más de cien metros sobre el nivel del mar, que se mantiene hasta el paraje denominado Es Corral Fals —supongo que debido a las grandes cuevas excavadas en los riscos que tenemos a la derecha—; a partir de aquí empezamos a descender. La decepción ha sido que el sol espléndido que hacía en Palma y que nos ha hecho cambiar un recorrido de montaña por otro costero ha desaparecido y nos movemos en medio de una niebla tenue, fría y húmeda, que mantiene la vegetación mojada.

A la izquierda, desde que hemos partido, siempre tenemos el mar, que se avista entre pinos, gris y vaporoso, hasta que llegamos a la playa de Son Bunyola, donde un sol añorado y reconfortante asoma la cabeza entre nubes bajas. Es ahí cuando me pregunto de donde salen esas areniscas rojizas que vengo observando desde hace rato y que rompen con el estereotipo de isla calcárea que tiene Mallorca. Fotografío, bebo un poco y seguimos. A partir de este momento caminamos junto a la línea de costa, atravesamos el torrente de Son Coll y accedemos a la plataforma rocosa que precede el caserío del Port des Canonge y su playa de guijarros, ocupada por embarcaderos y barcas de recreo.

El paraje, que de barrio de pescadores ha pasado a enclave turístico en el litoral de la Sierra de Tramuntana, está desierto, las casas y los dos restaurantes, cerrados, tan solo una mujer rubia, de aspecto ario, limpia los cristales de su chalé, empañados por el salitre del mar. La paz sería absoluta si no fuera por el puñado de caminantes que, como nosotros, han hecho o van a hacer la Volta des General. (Cada vez que escribo el nombre del recorrido no puedo evitar preguntarme qué general sería el que se paseaba por este lugar tan bello.)

Nos comemos los bocadillos sentados en un banco de piedra de una casa abandonada encaramada en el risco. El cielo se ha cubierto del todo y el mar se extiende ante nosotros quieto y sin brillo. Es una lástima. El regreso transcurre entre breves conversaciones y silencios hasta el aparcamiento. Nos acercamos a Banyalbufar y solo hay un bar abierto para tomar un café y concluir el paseo.