La Venecia de Toni Catany

Entre caminata y caminata por la Serra de Tramuntana, Isabel y yo fuimos un día a Llucmajor para ver la exposición Venècia després de la llum, de Toni Catany. Hacía unos meses había ido a la que se había hecho en La Pedrera (nota 15/06/2016), y la obra del fotógrafo llucmajorense me había impresionado por su belleza y perfección. Y ésta de Venecia, a pesar de ser muy distinta, no me decepcionó.

Por lo que leo en la hoja informativa, Toni Catany era un enamorado de Venecia, adonde fue una veintena de veces. Esta fascinación por la ciudad se tradujo en una búsqueda de su intimidad, que el artista realiza sobre todo al anochecer, cuando el cielo empieza a apagarse y los faroles se encienden. Es una Venecia oscura y silenciosa, bella y monumental, decadente y majestuosa, más evocada que real, al menos por lo que yo recuerdo.

Yo solo he estado una vez en Venecia y también me fascinó; es una ciudad impensable, que no se puede imaginar si no la ves. Llega a ser tan bella, que incluso se impone por encima del magma turístico que la invade en cualquier época del año y que al principio te aturde y te incomoda. Pero pasado este primer momento, la ciudad se adueña de ti y dejas de ver a los turistas; los sufres, porque están, pero ya no los ves. Tu mirada solo busca los viejos palacios, las plazas, los canales, los puentes y el conjunto armónico de una urbanización única en el mundo.

Venecia te rapta. Y este rapto arrastra a Catany por las calles de la ciudad buscando su esencia, que él encuentra en una luz, en un reflejo, en un pequeño canal arrinconado entre paredes, en una plaza solitaria, en una puesta de sol en el horizonte lacustre. Todo esto lo capta con la cámara y cuando llega a su estudio, en Barcelona, lo selecciona y lo empieza a trabajar para convertirlo en una obra de arte. En la exposición hay fotografías reproducidas mediante técnicas distintas, que dan a la colección una gran variedad de resoluciones y texturas. La mayoría son originales que podemos encontrar reproducidos en el libro Venessia, editado por Lunwerg Ediciones el año 2006, pero también hay algunas de sus viajes posteriores, el último el 2012, un año antes de morir.

Además del interés de la exposición, su marco ―el claustro del convento de Sant Bonaventura― es un lugar que vale la pena visitar. Se trata de un antiguo convento franciscano, de estilo renacentista, ocupado por los frailes hasta el año 1836 y que, al pasar a manos del Ayuntamiento de Llucmajor, se convirtió sucesivamente en hospicio, matadero, juzgado de paz, cárcel y cuartel de la Guardia Civil hasta 1998. Durante este tiempo la degradación del claustro y los espacios anexos es progresiva: se tapian los arcos, se levantan tabiques, se hacen cocinas y retretes y en el pario central juegan a pelota los hijos de los agentes de la benemérita. El año 1999, el Ayuntamiento pone en marcha un proyecto de rehabilitación del edificio que acaba el 2007 con la inauguración de un espacio que, además de haber recuperado el esplendor inicial, se convierte en un referente de la vida social y cultural de la ciudad.

Por fortuna, los usos prosaicos del edificio fueron respetuosos con buena parte de los frescos de finales del siglo XVII y principios del XVIII que lo decoraban y que hoy se pueden ver en el claustro y en la escalera que comunica las dos plantas. En una sala de la planta superior se conserva una colección de tejas pintadas que formaban parte del voladizo del tejado original. Se cree que esta antigua costumbre rural mallorquina de decorar los voladizos de los tejados tenía una finalidad protectora de los habitantes de la casa.

En un rincón del vestíbulo del flamante edificio rehabilitado hay un artefacto extraño que, cuando conoces su historia, no puedes menos que admirar. Se trata de una reproducción a escala con algunas piezas originales del cometagiroavión de Pere de Son Gall, un llucmajorense de origen payés, autodidacta y aficionado a la aeronáutica, que entre 1919 y 1920 diseñó un aparato capaz de elevarse verticalmente. La falta de recursos y de apoyo por parte del gobierno de Madrid, que, dos años después de presentarle los planos, se decantó por desarrollar el autogiro de Juan de la Cierva, hijo del Ministro de la Guerra que los había recibido, lo condenaron a continuar solo con el proyecto.

Este personaje y su reto aeronáutico son los protagonistas de la novela de Sebastià Alzamora, Miracle a Llucmajor, que, por cierto, me obsequió y me dedicó mientras comíamos juntos. La guinda de una mañana fecunda y agradable.

(Las fotos de Tony Catany y del cometagiroavión han sido bajadas de Internet)