La edad de la inocencia, de Edith Wharton

Hace casi un año leí Sueño crepuscular, de Edith Wharton (nota 23/02/2015), y me gustó. No había leído nada de esta autora norteamericana y, al mirar su biografía, vi que había obtenido el premio Pulitzer de novela de 1921 con La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1920). Había visto la adaptación cinematográfica que hizo Martin Scorsese en 1993, y sentí interés en leerla. Lo hice hará ya cosa de varios meses, pero he esperado a volver a ver la película para escribir la nota.

La novela de Edith Wharton es excelente, bastante mejor que la que leí primero, mucho más sólida tanto en la construcción de los personajes como en la descripción de la jet-set neoyorquina de finales del siglo XIX, a la que pertenecía su familia. La historia gira alrededor del interés que, al regresar a Nueva York de París, en donde vivía con su marido ―el conde polaco Ollenska―, Ellen despierta en Newland Archer, que está a punto de casarse con Mary Welland, prima de Ellen. Muy pronto el interés de Newland se convierte en amor, al que Ellen corresponde. Pero el restrictivo marco moral de la sociedad que los rodea transforma este amor en una lucha íntima, especialmente en Newland, mucho más ligado a los convencionalismos que Ellen. Asustado por sus propios sentimientos, Newland se casa con Mary. Pero es inútil, no puede olvidar a Ellen, y el romance continúa. Cuando el entorno familiar se da cuenta de lo que ocurre, se pone en movimiento y, con gran sutileza, sin dar pie al escándalo, que es a lo que más temen, consiguen separarlos. Ellen regresa a París y Newland, incapaz de reaccionar, la deja marchar.

Éste es el hilo argumental de la novela, que el film de Scorsese reproduce fielmente. Pero el valor de la obra de Wharton va mucho más allá de la trama y esto no se puede ver en la película. Con una prosa precisa y elegante, la autora dibuja con mirada crítica e inteligente una sociedad cerrada, moralista e hipócrita, que puede llegar incluso al cinismo a fin de preservar sus caducos valores. Atrapados en este contexto, los protagonistas reflexionan y se cuestionan las costumbres, examinan sus propias posiciones y se sienten víctimas tanto del entorno como de ellos mismo, débiles e incapaces de abandonar aquel mundo que los hace ser quienes son. En la película todo esto se intuye a través de una puesta en escena magnífica ―Oscar al mejor vestuario― y las buenas interpretaciones de Daniel Day-Lewis en el papel de Newland Archer, Michelle Pfeiffer como Ellen Ollenska y Winona Ryder como Mary Welland; pero es en la novela que adquiere la dimensión de una obra maestra.