John Williams

El placer de descubrir un gran escritor poco conocido

Fue en el verano de hace tres años. Estaba en Son Bauló, y las horas que me escondía del sol las ocupaba en la aburrida tarea de autotraducirme. Una crisis creativa me había hecho concebir la idea desesperada de convertir La mirada obscura en e-book y colgarla en Internet para la posteridad. Pero antes la quería tener en versión castellana. En un descanso, al límite del fastidio, salí al porche y encontré a Isabel leyendo. «¿Qué lees?», le pregunté. Cerró el libro y me mostró la portada. Stoner, John Williams, leí.

El nombre del autor no me decía nada. «Me lo recomendó mi hermana y he visto que lo tenían en la biblioteca». «¿Y qué tal?» «Tan solo acabo de empezar». A mí no me gusta que me interrumpan cuando leo y pensé que era lo que precisamente estaba haciendo. De modo que la dejé con la lectura de Stoner y volví a la traducción.

Al cabo de una semana, yo seguía traduciendo e Isabel ya había terminado la lectura y había abandonado Stoner sobre la mesa del porche a la espera de devolverlo a la biblioteca de Can Picafort. Aburrido como estaba, lo cogí y leí la contracubierta. Debían de ser las doce del mediodía; Isabel estaba en las rocas, bañándose con las amigas; reinaba un silencio plácido, intensificado por el zumbido de las cigarras. Y no pude resistir la tentación de sentarme en el balancín y empezar a leer. Me pasé el resto del día leyendo; solo me detuve para comer; y a las nueve de la noche ya había terminado. Fue tal la fascinación que despertó en mí el personaje de William Stoner que no lo pude abandonar hasta que expiró en la soledad de su habitación.

Era natural que Stoner me fascinase. Relata la vida de un joven granjero, sencillo y honesto, que un buen día descubre la literatura y se entrega a ella en cuerpo y alma. No es un gran creador, no tiene talento para ello, pero se consagra a transmitir su pasión por los escritores y la escritura con el rigor, la paciencia y la honestidad que marcan toda su vida, tan desgraciada en otros aspectos. Pero no era únicamente una cierta identificación con el personaje lo que me mantuvo enganchado a una lectura continua horas y horas; la prosa de Williams era tan precisa, tan intensa en su simplicidad, que leía sin darme cuenta, las frases fluían con una naturalidad y un ritmo imperceptibles, como fluyen los segundos de una vida y los latidos del corazón.

Inmediatamente busqué ampliar la información que daba la contracubierta sobre John Williams. Y la verdad es que no encontré mucho más. Lo que sí confirmé era la intensa carga autobiográfica del personaje de William Stoner. También vi que había publicado tres novelas más ―Nothing Bud the Nigth (1948), Butchers’s Crossing (1960) y Augustus (1973)― y dos poemarios ―The Broken Landscape (1949) y The Necessary Lie (1965)―, y dejó una quinta novela sin terminar.

En octubre del 2013, al entrar en una librería vi que Edicions 62 acababa de publicar Butcher’s Crossing, y que el mes de enero había publicado August (El hijo de César, en la traducción castellana). Y los compré ambos ilusionado con la lectura que me esperaba. Empecé por Butcher’s Crossing, y la sorpresa fue encontrarme con una historia y un tratamiento narrativo que poco tenía que ver con el de Stoner. Pero, recuperado de la sorpresa y familiarizado con aquella prosa más plástica y descriptiva, caí de nuevo en manos de John Williams y me dejá arrastrar por aquella historia épica en torno a una cacería de bisontes, quizás la última. Y Butcher’s Crossing volvió a ser una lectura intensa, emocionante y sobrecogedora. En un registro completamente distinto, John Williams se manifestaba otra vez como un escritor admirable.

Dejé pasar unas semanas antes de abordar August (El hijo de César), la novela con la que en 1973 Williams había obtenido el prestigioso National Book Award. En ella vuelve a experimentar un nuevo registro ―ahora es la biografía―, y a través de presuntas cartas y fragmentos de memorias, diarios personales y documentos oficiales va dibujando con una maestría extraordinaria la dimensión humana y política del Cayo Octavio César, el primer emperador de Roma, que ha pasado a la historia como Augusto.

Después de esta grata experiencia lectora con John Williams, siento verdadera curiosidad por conocer el resto de su obra, que de momento solo está publicada en inglés. Y como mi nivel de inglés es del todo insuficiente para abordar una lectura con continuidad, tendré que esperar a que algún traductor me haga el favor de traducirla a alguna de las lenguas que conozco. Entretanto, he cogido Stoner de mi biblioteca ―no es que no lo devolviera, sino que lo compré al regresar a Barcelona― y me dispongo a leerlo de nuevo; ahora con un lápiz en la mano, que es como me gusta leer.