Resulta muy difícil escribir sobre música. Casi imposible. Porque, ¿cómo describes una nota? ¿Qué puedes decir de una armonía o de un arpegio aparte de las definiciones del diccionario? ¿Cómo expones, palabra a palabra, un acorde o un solo de guitarra? La música es para escucharla, y cuando quieres hablar de ella solo puedes recurrir a imágenes, metáforas y comparaciones. Por eso todo lo que escriba aquí no tiene nada que ver con lo que sentí ayer por la noche en Luz de Gas escuchando cantar a Javier Ruibal
Descubrí a Javier Ruibal casualmente hará cosa de seis o siete años en un concierto organizado para una causa que no recuerdo en el Auditorio de Palma. Actuaban distintos músicos, algunos de renombre, que interpretaban una o dos canciones y se iban. Lo conducía Guillamino, que abusaba de su papel de impulsor de la iniciativa e insistía con interpretaciones suyas o añadiéndose a las de los demás. Todo me resultaba opaco y poco estimulante; me había equivocado cediendo a la insistencia de Isabel de ir al concierto. Hasta que apareció en escena Javier Ruibal con su guitarra, se sentó ante el micrófono y empezó a cantar. El contraste entre su interpretación y las que había escuchado hasta entonces era tan grande que me pregunté quién era aquel hombre maduro, con gorrita de visera, de aspecto sencillo y ojos risueños que era capaz de cantar con un arte y una intensidad que estremecían. ¿De dónde había salido? Resultaba evidente que era andaluz; el acento y el estilo de su música lo delataban, llevaban la gracia y el aroma de las tierras del sur. Me supo mal que su intervención fuese tan breve, pero me dejó un recuerdo imborrable. De hecho, no recuerdo a nadie más de los que cantaron, solo a él y al pesado de Guillamino.
A la salida del concierto coincidimos con Juanra en el vestíbulo y le comenté cómo me había impresionado Javier Ruibal. Y Juanra, que lo sabe casi todo de música, me aproximó a su discografía y me introdujo en el “ruibalismo”, movimiento del que él también formaba parte. Y al día siguiente, imagino que satisfecho de encontrar a alguien con quien compartir admiración, me hizo llegar dos CD con las mejores canciones de Javier Ruibal.
Desde entonces lo he ido escuchando, sobre todo en Mallorca, que es donde oigo más música. En Barcelona, la tarea de escribir me resulta incompatible con la de escuchar música. Hay quien puede trabajar con un fondo musical; para mí es imposible, porque si la música que suena me gusta, inevitablemente se me lleva y dejo de escribir. Me reconozco débil ante el poder de fascinación de la música. Si un día apareciese por la avenida de Roma un flautista como el de Hamelin, yo sería el primero que lo dejaría todo para seguirlo por las calles. Por eso la dosifico y la limito a momentos de ocio o necesidad espiritual.
En Luz de Gas, además de Isabel vinieron Natxo y Mercè, que no lo habían escuchado nunca, y, como yo la primera vez, quedaron sorprendidos por el cromatismo sonoro y la riqueza de imágenes de las canciones de Ruibal, quien durante casi dos horas nos envolvió con melodías y versos que nos mantuvieron atentos a su voz y nos fueron expandiendo, hasta el punto de despegarnos de la realidad y dejarnos conducir por su “piloto cariñoso” hacia esa luna a la que tanto le gusta cantar, como buen gaditano que es.
Y para no alargar más esta nota sobre Javier Ruibal inútilmente, os paso el enlace a su web, en donde podréis escuchar las canciones de su último disco Quédate conmigo, leer las acertadas palabras de Caballero Bonald sobre su obra y echar una mirada a su mundo personal.
(Para escuchar las canciones tenéis que ir a la parte inferior de la pantalla y clicar sobre los iconos de avance, stop y avance rápido o retroceso rápido (> □ >> <<)
(Las fotografías pertenecen al disco Quédate conmigo)