Hermanos de Sangre, de Ernst Haffner

Desde que estoy en Son Bauló he hecho tres lecturas y de las tres solo una me ha gustado lo suficiente como para reflexionar sobre ella. Se trata de Hermanos de sangre, del periodista y educacor social Ernst Haffner, que lleva como subtítulo Una novela berlinesa.

Esta novela fue publicada por primera vez en el año 1932 con el título Jóvenes en las calles de Berlín, y cuando los nazis subieron al poder, fue prohibida y quemada públicamente entre muchos otros libros que no gustaban a las autoridades nacionalsocialistas. El editor alemán Peter Graf, que en el 2013 reeditó la novela y la sacó del olvido, nos informa en el prólogo que, a finales de los años treinta, Ernst Haffner fue citado por el Servicio Bibliográfico del Reich y, a continuación, se le pierde el rastro y no se sabe nada más de él. El talante del régimen nazi no hace suponer nada bueno para el pobre Haffner.

Hermanos de sangre es un crudo y preciso relato de la situación en que vivieron miles de muchachos alemanes durante la década de los años 30 del pasado siglo en Berlín y otras ciudades. La derrota en la Primera Guerra Mundial condujo a Alemania a una crisis económica y social profunda, cuyas consecuencias más penosas las sufrieron los más débiles. Muchachos que habían perdido su familia en el transcurso de la guerra fueron recluidos en centros de acogida, en donde las malas condiciones de vida y la dura disciplina los empujaban a huir de ellos. En la ciudad se agrupan en pequeñas bandas a fin de sobrevivir y, ante la imposibilidad de una salida honrada, la dureza de la vida en la calle y el miedo a ser devueltos a los centros los lleva a delinquir.

Con un estilo austero, casi de crónica periodística, Haffner nos presenta la banda de los Hermanos de sangre y nos cuenta la procedencia de algunos de sus miembros y sus dificultades por sobrevivir. La experiencia directa del autor como trabajador social en Berlín se refleja en una pintura realista y desesperanzada de una juventud desposeída de todo que, en buena parte, acabó nutriendo el partido nacionalsocialista y perdiendo la vida en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial.

Tal como apunta el editor en el prólogo, Hermanos de sangre nos presenta unos hechos del pasado de los que tendríamos que saber sacar conclusiones. Porque, desgraciadamente, hoy, una parte de Europa vuelve a vivir una crisis económica y demográfica que está llenando las ciudades de marginados, que duermen en las calles y piden limosna en las esquinas y a la entrada de los supermercados como única posibilidad de subsistir. Deberíamos saber reaccionar a tiempo y evitar que la desesperación vuelva a encender la mecha de la confrontación, como pasó aún no hace un siglo; deberíamos tratar de organizarnos mejor y distribuir mejor los recursos. Que los poderes económicos sean los que rigen el mundo, es como aquel individuo que se rige por su vientre y no por su cerebro. La salud del ser humano no es tan solo la justa harmonía del cuerpo, sino también la de su entorno –humanidad y planeta. Y en este aspecto aún estamos muy lejos de poder disfrutar de una salud plena que nos acerque al bienestar general. Hay demasiado dolor por todo el mundo, y aquello que tenemos en común como especie, nos hace sentirlo como una enfermedad que perturba nuestras conciencias. (Eso cuando todavía no están adormecidas por el sistema.)

Las otras dos lecturas que he hecho són:

Órdenes sagradas, de Benjamin Black. Una nueva y decepcionante historia con el doctor Quirke como protagonista, que entierra definitivamente en la mediocridad las esperanzas renovadoras del género policíaco que el autor despertó con El secreto de Christine (2007).

Y La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. El encargo de hacer su adaptación me ha llevado a releer con atención este clásico de la literatura de aventuras. Y a pesar de que la obra de Stevenson es de las más sólidas del género, no deja de ser tan poco nutritiva intelectualmente como una sopa de lechuga. Es cierto que La isla del tesoro no peca de misógina y racista como otras obras de autores del siglo XIX considerados clásicos del género, no obstante dudo que sus elementos argumentales tengan algún interés para los adolescentes de hoy en día. Creo que es necesario revisar la oferta de clásicos juveniles y enterrar algunos de ellos definitivamente –Verne, Salgari, Walter Scott, Rider Haggard…–, no solo por su más que dudosa calidad literaria, sino por los valores polvorientos y caducos que transmiten.