Si a alguien he admirado de mi entorno cercano por su tenacidad en conseguir aquello que se proponía, ha sido a Ferran. A pocos he visto luchar como él para alcanzar los sueños de muchacho de un pueblo de montaña. Ferran es del Ripollès, de Sant Joan de les Abadesses, y eso no lo ha olvidado nunca. Siempre ha vuelto a Sant Joan para aportar algo nuevo con el entusiasmo que lo caracteriza. Es un sentimental.
Yo le conocí en el rodaje de una película de Iquino, Chicas de alquiler en Costa Fleming se titulaba; era una de aquellas películas horribles que el director y productor catalán hacía al final de su carrera para cobrar la subvención del Ministerio y que, si sirvieron para algo, tan solo fue para formar a los jóvenes que nos queríamos dedicar al cine sin pasar por las aulas de la Escuela Oficial de Cine, de Madrid. Ferran hacía de ayudante de dirección y yo no recuerdo de qué, alguna tarea relacionada con producción, supongo. En aquel rodaje hubo bastantes problemas y eso nos unió. Y a partir de entonces, Ferran y yo iniciamos una colaboración que duró años y una amistad que todavía perdura.
Los dos formamos un equipo mínimo y entusiasta que tanto hacía un documental industrial como una película didáctica. Teníamos los roles repartidos; él ponía la técnica y la energía, y yo el contenido y la organización. Y así recorrimos toda Catalunya y media España.
Juntos arrancamos la serie Comarques de Catalunya, que terminamos dentro de la productora de Josep Maria Forn. La relación de Forn y Ferran continuó y, con un par de socios más, crearon una nueva productora, el Centre Promotor de la Imatge. Y es con este sello que Ferran saltó al largometraje. Su primera película fue Bar-Cel-Ona (1987), basada en la novela de Pep Albanell El Barcelonauta. Entonces yo trabajaba en una productora de vídeo y no pude colaborar en ella. Pero sí que lo hice en las dos películas siguientes: Gran Sol (1988) y Terranova (1991) ―largometraje y serie de TV. En estos dos trabajos se conjugan las dos pasiones de Ferran: el cine y el mar; una conjunción que, tal como la plantea, constituye un desafío, y que emprende con la fuerza y la perseverancia que le son propias. Y es en estas dos películas, sobre todo en la primera, en donde ofrece la mejor muestra de su sensibilidad y su talento como realizador.
Después de Terranova divergimos; él siguió dentro del mundo del cine, luchando por lograr levantar proyectos y realizarlos, y yo lo abandoné para dedicarme de lleno a la escritura. De forma puntual volvimos a colaborar en la adaptación cinematográfica de La aventura de Saíd y en algún otro proyecto, pero básicamente nuestro trabajo se desarrolló por caminos distintos.
Un maridaje tan largo como el nuestro había de tener sus crisis. Y las tuvimos; la más fuerte precisamente a causa de Saíd (1999), la adaptación de mi novela. Pero pasado un cierto tiempo, ambos supimos hacer prevalecer el camino recorrido juntos por encima de los puntos de vista enfrentados. Ahora, que tan lejos quedan nuestros veinte años, veo a Ferran como el amigo con quien trabajé y junto al que fui madurando como persona y como creador. De él aprendí muchas cosas, entre ellas que la lucha tenaz siempre da fruto. Y en nuestro caso este fruto ha sido poder vivir de un trabajo capaz de entusiasmarnos, y poder decir, cuando la trayectoria profesional ya vislumbra un final próximo, que, con más o menos fortuna y acierto, hemos hecho lo que hemos querido hacer, que, de alguna forma, hemos satisfecho aquel anhelo juvenil de creación.
Basada en la novela homónima de Ignacio Aldecoa, Gran Sol es un retrato de la vida de los pescadores de altura, que pasan semanas o meses en alta mar trabajando y conviviendo en el reducido espacio del barco. Entre la recreación documental y la ficción realista, la película se centra en el grupo humano que integra la tripulación del Lagunak y su día a día a bordo del pesquero. Un cine sencillo y honesto, que pasa del lirismo a la épica con la naturalidad con que lo hace la vida misma. Facilito el enlace para que la podáis ver: GRAN SOL