El Pech de Bugarach

El Pech de Bugarach nos había quedado pendiente de nuestra visita al Pays de Sault del junio pasado y lo hemos hecho este puente de Todos los Santos. Nos ha faltado Fèlix, pero nos han acompañado Isabel y Mercè. Como la vez anterior, nos alojamos en Le Presbytère, en el pueblecito de Bugarach, al pie de este macizo aislado, punto culminante de Les Corbières. Y y fue precisamente mientras cenábamos en el comedor del hostal que nos enteramos de su reputación esotérica.

Según nos contaron, la montaña de Bugarach es un centro de energía planetario, uno de esos lugares en donde las fuerzas telúricas convergen y se manifiestan de un modo especial. Esto hizo que unos indeterminados extraterrestres la eligieran como punto de desembarco en su misión de exploración a la Tierra. Hace un montón de años ―nadie sabe precisar exactamente cuántos―, una nave espacial llegó a Bugarach y desembarcó a los alienígenas, que se instalaron en las cavidades subterráneas de esta gran masa de roca caliza, en donde, según parece, todavía viven. .

Otro rasgo distintivo del Pech de Bugarach es que se trata de una montaña invertida; es decir, los materiales más antiguos se localizan en la parte superior y, por debajo suyo, los más recientes. Esto, que para quien nos contaba las singularidades del lugar, era una especie de milagro geológico, tiene una explicación natural, ya que nos encontramos a los pies del gran abombamiento pirenaico y las capas de materiales sedimentarios que cubrían el territorio fueron plegadas por las presiones de la orogenesis alpina. Y ocurrió que, en algunos puntos, estos pliegues se tumbaron y encabalgaron, de modo que, al llevarse la erosión las capas superiores, más recientes, han quedado al descubierto las más antiguas, por debajo de las que vuelven a encontrarse las más recientes, del pliegue inferior. No sé si me explico. Pero en cualquier manual de geografía o de geología puede verse un esquema que hace comprensible este caso de la lógica titánica de las fuerzas orogénicas, que pliegan las capas de rocas como si fuesen láminas de bizcocho.

Pero el hecho más reciente ligado al carácter mágico de la montaña de Bugarach se produce el año 2012, cuando llegan al pueblo iluminados procedentes de todo el mundo y se instalan en él. El objetivo es salvarse del gran apocalipsis del fin del mundo, que el calendario maya prevé para el 21 de diciembre de este año, y del cual, ha corrido el rumor, solo quienes estén en Bugarach se librarán. Familias enteras, que lo habían vendido todo antes de partir, se concentraron al pie de la montaña con la esperanza de que la nave que vendría a rescatar a los alienígenas que vivían en su interior se los llevase también a ellos.

Naturalmente, después de saber todo esto, subir a Bugarach ya no era solo una meta montañera sino también la oportunidad de visitar lo que para algunos es una especie de santuario gravitacional, un lugar mágico, cargado de energía positiva, que te regenera y vivifica, un Lourdes del esoterismo. Y la verdad, no sé si sería por efecto de la montaña, pero Isabel y Mercè, que el día antes refunfuñaban porque el paseo por el bosque d’En Malo, se les había hecho pesado, emprendieron el ascenso a buen paso y sin rechistar, y, en la cumbre, estaban más contentas que unas pascuas a pesar del fuerte viento que soplaba y que, por poco, no se lleva a Isabel por los aires.

En atención a nuestras compañeras, Natxo y yo renunciamos a hacer el recorrido circular que parte del mismo pueblo de Bugaracha (465 m) y nos situamos en coche en el Col de Linas (667 m). Ésta es la subida más cómoda y está señalizada con marcas amarillas. Empiezas remontando una pista que circula entre prados y pastos, y que, al entrar en la zona de bosque, se convierte en un sendero bien marcado, que ya no hay que abandonar hasta llegar a la cumbre (1.230 m). Como testimonio del paso por la montaña de sectarios e iniciados, a media ascensión, a un lado del sendero, hay grabada, en un bloque de roca vagamente piramidal, una estrella de ocho puntas dentro de una circunferencia de una factura propia de un cincel profesional.

La ubicación del Pech de Bugarach, solitario entre los valles del Aude y del Agly, hace que sea un mirador inmejorable del Pirineo, desde el Canigó hasta la Pica d’Estats, de las sierras y bosques de este sector del Pre-Pirineo septentrional y de la cuencas de estos dos ríos. A nosotros, el viento nos permitió disfrutar de una buena visión de cumbres y montañas, pero el mar de nubes que cubría la cuenca del Agly y Les Corbières nos dejó a medias. Curiosamente, aquella bruma espesa que veíamos a nuestros pies y que mantenía buena parte del territorio bajo un cielo plomizo, al llegar a Bugarach se deshacía y nos concedía el privilegio de un sol vivificador. ¿Sería aquello una muestra del poder de la montaña?