Tengo un amigo que ha decidido no ir a ver películas que puedan alterar su estabilidad emocional. Dice que ya no quiere sufrir gratuitamente, que ya ha sufrido bastante y que lo que le queda de vida quiere vivirla sin alteraciones, en una especia de nirvana o paz celestial. Yo le digo que tal como está el mundo lo tiene difícil, porque, además de no ver determinadas películas, tendrá que dejar de leer los periódicos y mirar los telediarios y otros programas que debaten la actualidad.
Y no creáis, lo comprendo. A mí me pasa algo parecido, a pesar de que no he llegado a posicionamientos tan estrictos. Cada vez me siento más decepcionado de una Humanidad en la que, a falta de dioses en los que creer, había depositado todas las esperanzas. El ser humano como punto culminante de la evolución. La condición humana como valor supremo. Miro a mi alrededor y veo tal derramamiento de dolor, tanta brutalidad y perversión imperando en todas partes, que también prefería cerrar los ojos y no verlo.
Debe de ser cosa de la edad. Los dos ya cargamos con una buena mochila de años.
Evidentemente, a este amigo no le recomendaré dos películas que he visto últimamente y que me dejaron hundido en la butaca, con la mirada perdida y una abrumadora sensación de desesperanza. Una es Timbuktu, de Abderrahmane Sissako, y la otra, Leviathan, de Andrei Zvyagintsev. Son dos películas muy diferentes tanto formal como argumentalmente, pero que coinciden en la misma voluntad de mostrarnos unos hechos perturbadores inspirados en la cruda realidad que rodea a sus protagonistas; una realidad que, lamentablemente, cada día, en un lugar u otro del planeta, se cobra sus víctimas. Timbuktu (2014) relata la tragedia de una familia que vive en el desierto, junto a la ciudad mítica, durante el período que el territorio estuvo en manos de los fundamentalistas islámicos, entre abril de 2012 y enero de 2013. En Leviathan (2014) la tragedia que desmiembra a una familia de una pequeña población litoral del norte de Rusia, la desencadena la ambición desmesurada del alcalde y la impunidad con la que actúa, amparado por la justicia y la coacción. En ambas, la brutalidad y el abuso de poder muestran el rostro más denigrante de la condición humana.
Pero a los que queréis ser sacudidos por emociones intensas, a los que queréis tomar conciencia de la realidad actual a través del arte cinematográfico, a los que creéis en la capacidad sanadora de la exposición de las llagas al sol, a los críticos, a los comprometidos, a los que preferís los pellizcos espabiladores a las cosquillas adormecedoras, os las recomiendo ambas. Timbuktu muestra la sencillez y luminosidad de África; Leviathan, la rudeza y la frialdad de los mares boreales; una es encantadoramente naíf en su forma; la otra, sólida y contundente. Y en ambas vives intensamente a través de sus personajes el drama de la vida pacífica allí donde la violencia, bajo cualquiera de sus formas, reina.
(Fotos y carteles bajados de Internet)