Camino a la escuela

Isabel es una persona inquieta, curiosa, un “nirvi”, como dicen los mallorquines. Cuando viene a Barcelona, y lo hace a menudo, mis rutinas se ven alteradas y soy sacudido por un vendaval. Este fin de semana hemos ido de compras y a comer al restaurante, al cine dos veces, a ver un museo que acababan de inaugurar, a caminar por Montjuïc y algo más que no recuerdo. A mí, tantas actividades me aturden y ofrezco una cierta resistencia, que nos lleva a discutir. Pero he de reconocer que sus visitas me airean y me sacan del ensimismamiento de las horas y horas en el ordenador o de la preocupación de  la gestión de los pisos. Si no fuera por ella, seguramente viviría replegado sobre mí mismo y me perdería muchas cosas de las que me hace disfrutar. Vaya, pues, mi agradecimiento público. Gracias, Isabel, por agitarme de vez en cuando como una coctelera.

De las dos películas que hemos visto el fin de semana sólo hablaré de una, que me emocionó profundamente hasta el punto de llevarme al borde de las lágrimas. Y no es una película triste, al contrario, es una película llena de ilusión y esperanza. Me refiero a Camino a la escuela.

Camino a la escuela, de Pascal Plisson, es un documental que relata la experiencia real de cuatro niños que cada día en el caso de Samuel, Carlitos y Jackson, y semanalmente en el caso de Zahira, se enfrentan a la aventura de ir a la escuela. Todos han de recorrer grandes distancias para poder recibir la educación por la que han apostado sus padres y ellos mismos a fin de  lograr alcanzar sus expectativas de futuro.

Jackson tiene 11 años y vive en un pequeño poblado de Kenia en medio de la sabana. Cada día él y su hermana Salomé han de caminar 15 km para ir a la escuela y 15 más para regresar. Por el camino remontaran cerros pedregosos, atravesaran el territorio de los elefantes y durante dos horas caminaran en la más absoluta soledad por un paisaje virgen y salvaje. La ilusión de Jackson es aprender a pilotar un avión y sobrevolar su país y muchos otros.

Samuel tiene 13 años, vive en un poblado junto al mar en el golfo de Bengala, en la India, y tiene una discapacidad que le obliga a ir en una silla de ruedas. Cada día sus hermanos Gabriel y Emmanuel, más pequeños que él, arrastran la silla de ruedas durante 4 km por terrenos arenosos y enfangados para llevarlo a la escuela. Samuel quiere ser médico.

Carlitos tiene 11 años y vive en una granja ganadera aislada en plena llanura de la Patagonia argentina. Cada día él y su hermana pequeña recorren más de 36 km a caballo por parajes desolados y abruptos para ir a la escuela y regresar. Carlitos quiere ser veterinario.

Zahira tiene 12 años y vive en una aldea en el corazón de la cordillera del Atlas, en Marruecos. Cada lunes, ella y sus amigas Noura y Zineb, de aldeas vecinas, han de caminar 22 km por senderos que ascienden montaña arriba y bajan al fondo de los valles para ir a la escuela. Su recorrido es una verdadera odisea. Zahira quiere ser doctora.

Y esto es la película. No hay nada más. Pero ya es suficiente para conocer el día a día y las esperanzas de unas personas humildes, cuyas vidas discurren discretamente en lugares remotos de la Tierra. Su existencia pacífica y resignada, en contraste con otras que hacen de la ambición y la violencia su forma de vivir, te conmueve y te reconcilia con el género humano. El acierto de Plisson es precisamente el de restar protagonismo a todo lo que es cinematográfico y mostrar únicamente el camino a la escuela de este grupo de niños, sus familias y la escuela a la que llegan. No hay grandes movimientos de cámara, encuadres espectaculares o especialmente estéticos; no hay efectos especiales, ni tramas enrevesadas ni grandes interpretaciones; no hay nada de lo que estamos habituados a ver en el cine; la cámara solo muestra de la forma más simple la vida diaria de unos seres humanos. Pero es la película más conmovedora que he visto en mucho tiempo. Debería pasarse en todas las escuelas para que nuestros muchachos, hijos de la opulencia, valorasen lo que significa vivir donde viven y aprovechasen la gran oportunidad que les brinda la educación cómoda y de calidad de que disponen.

Facilito el enlace de Camino a la escuela para quien quiera visitar la web.

Ah, la otra película que vimos el fin de semana fue Timbuktu, de  Abderrahmane Sissako. Interesante y muy aclamada, pero no he sabido verle los valores que he visto en Camino a la escuela

(El cartel y las fotografías provienen de la web caminoalaescuela.com)