Boyhood

En España, como parece que se nos han de aclarar mucho las cosas, al título original han añadido un subtítulo: Momentos de una vida. Y a pesar de que me parezca una adición innecesaria y censurable, en este caso tiene el acierto de definir lo que es exactamente la película. Boyhood (Richard Linklater, 2014) no es nada más que esto, los momentos convergentes de varias vidas expuestos a la mirada del público. Como si la pantalla fuese una ventana abierta en el espacio y en el tiempo, desde la butaca asistimos a fragmentos de las vidas de Olivia (Patricia Arquette) y sus hijos, Mason (Ellar Coltrane) y Samantha, (Lorelei Linklater), y de todos los que tienen relación con ellos a lo largo de los doce años que el film comprime en los 165 minutos de duración: el padre (Ethan Hawke), las diferentes parejas de Olivia, la abuela y los amigos y compañeros de los chicos.

Se han hecho muchas películas en las que sus autores quieren reflejar periodos decisivos en las vidas de sus personajes a través de una esmerada pintura de la cotidianeidad del momento. Sin ir más lejos me viene a la memoria Verano del 42 (1971), de Robert Mulligan, una excelente película que a pesar de los años que hace que no he visto guardo un recuerdo tan vivo de ella que me ha hecho conectarla con Boyhood de inmediato. Quizás las dos películas tengan diferencias argumentales importantes, paro tanto la una como la otra saben reproducir en la pantalla una realidad íntima y sincera, que el espectador no puede evitar relacionar con sus propias emociones y convertirse también en protagonista del periplo vital. Y eso solo lo consiguen las obras de arte.

Sí, Boyhood es una obra de arte, una preciosa pieza de creación cinematográfica que, desafiando los estándares de producción de la industria del cine, ha querido ajustar la realidad física del paso del tiempo en los protagonistas a la falsa realidad cinematográfica. Doce años ha tardado su director Richard Linklater en rodar el film, del 2002 al 2013; durante doce años el equipo técnico y artístico de Boyhood se reunieron periódicamente para dar forma a la película en contra de las más elementales normas de producción convencionales, que concentran el rodaje en varias semanas o meses como mucho. He trabajado en el cine y me imagino el coste adicional que debe de haber significado para el proyecto ponerlo en marcha y detenerlo durante doce años. Y no me refiero únicamente al coste económico, sino también al coste psicológico, al esfuerzo de los responsables de la película por mantener la convicción en el acierto del camino emprendido, en perseverar en el desafío que significaba un tiempo tan dilatado de rodaje, a lo largo del cual podían pasar muchas cosas que alterasen o incluso impidiesen la finalización del proyecto.

Afortunadamente para ellos y para los espectadores todo ha ido bien y como resultado tenemos una película de una precisión y delicadeza extraordinarias a la hora de dibujar unos personajes y un estilo de vida genuinamente americano. En este aspecto me recuerda una novela que leí este verano: Libertad, de Jonathan Franzen. Tanto la película como la novela nos presentan a unos personajes que evolucionan como individuos en un marco social concreto, y nosotros, como espectadores y lectores respectivamente, asistimos al proceso de cómo las características de este marco, este estilo de vida americano, condicionan su evolución y visión del mundo. La gracia está en que, tanto en un caso como en otro, la inteligencia y la sensibilidad del autor han sido capaces de pulsar aquello tan esencial que permite a espectador y lector vivir el proceso con la misma intensidad que los protagonistas cinematográficos y literarios.

Ethan Hawke, Ellar Coltrane, Lorelei Linklater, Patricia Arquette y Richard Linklater en el Festival de Sundance 2014

(Fotos extraídas de Internet)